miércoles, 15 de junio de 2011

CAPÍTULO XLVIII. OPINIONES DEL CANÓNIGO SOBRE EL TEATRO


Tomó la palabra el cura para decir que se debería reprender a los que escriben libros de caballerías sin tener en cuenta las reglas del arte. El canónigo le reveló que él mismo tuvo la tentación de escribir un libro de caballerías y que incluso llegó a tener escritas más de cien hojas, que incluso se las dio a leer a personas entendidas y a ignorantes, gustándoles a todos, pero que no siguió adelante por no ser cosa de su profesión y por ser mayor el número de ignorantes que el de entendidos que las celebraban, y no quería someterse al necio juicio del vulgo; pero hay otra razón: los autores que escriben estas obras lo hacen por ganar dinero, no le interesa la reputación de los entendidos, trabajar con arreglo a las normas del arte, se refiere a la Poética de Aristóteles, esto, exige trabajo y sacrificio y si encima, al final no se venden, le pasaría como "al sastre del cantillo" (el sastre de la esquina, que cosía de balde y ponía el hilo)

 Pasa a continuación a criticar la teoría dramática que se está imponiendo, en alusión al Arte nuevo de hacer comedias, de Lope de Vega. Divide las comedias en “imaginadas e históricas”; unas y otras se caracterizan por los disparates que dicen y la falta de verosimilitud. Estas comedias que ahora se representan no guardan las tres unidades: lugar, tiempo y acción; están llenas de anacronismos (error consistente en confundir épocas) y atribuyen verdad histórica a lo que es puramente imaginado. Estas obras les gustan al vulgo; sus autores las escriben y los actores las representan porque les dan dinero. No obstante, hay comedias que siguen las reglas del arte. Se refiere a la Isabela, La ingratitud vengada, La Numancia, El Mercader amante y La enemiga favorable. Las que se escriben de acuerdo con las reglas del arte, muy pocos las entienden, y no se venden.

El cura es de la misma opinión que el canónigo, y  parte de la siguiente  premisa: “la comedia, según le parece a Marco Tulio Cicerón (debe ser) espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres y imagen de la verdad, las que ahora se representan son espejos de disparates, ejemplo de necedades e imágenes de lascivia”. Pone ejemplos que demuestran que las comedias que se representan no respetan las tres unidades. Las de tema religioso tampoco dicen la verdad. Los extranjeros, al ver con qué descuido hacemos nuestras comedias, sin guardar las leyes de las mismas, nos toman por bárbaros e ignorantes: "Porque ¿ qué mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera escena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho un barbado? ¿Y qué mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona? ¿Qué diré, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden o podían suceder acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, y la tercera acabó en África, y aún,  si fuera de cuatro jornadas, la cuarta acabaría en América...?

A partir de los argumentos anteriores considera que en las repúblicas bien ordenadas, el fin principal del teatro es “entretener a la comunidad”, pero esto se conseguiría mejor con buenas comedias que critiquen el vicio y ensalcen la virtud. Pone el ejemplo de autores perfectamente dotados para conseguirlo, aludiendo a Lope de Vega, si no lo realizan es porque el público les pide otro tipo de obras y en consecuencia los autores escriben obras que sean vendibles.

Sugiere que para evitar lo anterior, personas entendidas en la corte deben dar su aprobación para poderlas representar. A la misma conclusión llega con los libros de caballerías “que de nuevo se compusiesen”, enriqueciendo nuestra lengua del agradable y preciosos tesoro de la elocuencia, dando ocasión de que los libros viejos se oscureciesen a la luz de los nuevos que saliesen”. Estos libros deben ser pasatiempo de los ociosos y de los ocupados, pues no es posible que esté "de continuo el arco armado" (siempre trabajando), pues la naturaleza humana exige también distracción.

En esta conversación iban cuando llegaron al valle que había dicho el barbero. El canónigo dijo que comerían allí. Mandó a un criado a la venta de Juan Palomeque el Zurdo, a por comida.

Sancho, apartándose del cura, le dijo a don Quijote que no iba encantado, sino engañado. Don Quijote no se lo creyó, contestando que todo era obra de encantadores. Sancho le dijo que le haría unas preguntas cuya respuesta le dirían a don Quijote la verdad. Le dice Sancho que los encantadores no sienten necesidad “de hacer aguas mayores o menores”.  Al no entender don Quijote la expresión hacer aguas, Sancho le dice que si ha “sentido ganas de hacer lo que no se excusa”, a lo que don Quijote replica: “!Sácame de este peligro, que no ando todo limpio!”



Comentario

La primera cuestión que se plantea en este capítulo es la revelación que el canónigo le hace al cura sobre el proyecto ya iniciado de un libro de caballerías del que tiene escritas más de cien páginas, pero como se atiene a las reglas del arte, es decir, que sea verosímil lo que se cuenta y como el vulgo o gente ignorante no lo compraría por querer obras fantasiosas e increíbles, renuncia a concluirlo.
El cervantista y catedrático de la Universidad de Nueva York Daniel Eisenberg, en La interpretación cervantina del Quijote, al que en capítulos anteriores nos referimos, cree que el tal libro de caballerías existió, se trataba de Bernardo. Este libro, anunciado en el prólogo al último libro de Cervantes, el Persiles, tendría como referencia la figura de Bernardo del Carpio, “arquetipo del héroe hispano”. En capítulo anterior, expuso el canónigo cuál debería de ser el libro de caballerías ideal: que ensalzara la virtud y tomar como referencia las cualidades de los héroes clásicos. Esta sería la obra, que según Eisenberg, le daría a Cervantes la misma fama que a Homero y Virgilio.
El siguiente aspecto que hay que destacar en el capítulo son las opiniones del canónigo sobre el teatro. Sobre este asunto opina el profesor de la Universidad de Valencia, Juan Luis Alborg, en Historia de la Literatura Española, t.2 “Cervantes, coinciden los críticos, sintió cierta frustración teatral. Su preocupación por el teatro se manifiesta, no solamente en lo que dice el canónigo en este capítulo, sino en las referencias que hay en El coloquio de los perros, en la Adjunta al Parnaso, y en el Prólogo a las ocho comedias.  Del conjunto de las ideas expuestas por Cervantes en todos estos pasajes, los comentaristas cervantinos extraen dos consecuencias básicas: primera, la escasa consistencia o densidad del pensamiento teórico de Cervantes sobre el arte dramático, pensamiento dictado más por su resentimiento de autor fracasado contra su triunfador rival, Lope de Vega, que por su coherente sistema de principios; segunda, la falta de adecuación entre sus palabras y sus obras, puesto que en sus propias comedias se sirve muchas veces de los mismos recursos que censuraba a los demás.
Frente a la opinión anterior hay que destacar el punto de vista del profesor José Manuel Lucía Mejía en el libro ya citado: La plenitud de Cervantes. "Cervantes, cuando escribió sus Ocho comedias y ocho entremeses, nunca representados (1615). puso en ellos "fui el primero que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos en el alma" . La frase anterior nos dice que Cervantes se sentía orgulloso de su labor teatral; sin embargo las que ahora se representan son espejo de disparates. Habría que preguntarse por la dureza de Cervantes para hacer tal afirmación. En el prólogo al lector,  Cervantes contesta a un "autor de título", identificado con Lope de Vega, que "en esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero de mi verso nada". Ante estos comentarios, decide publicarlas y vendérselas al tal librero. Estoy de acuerdo con lo que afirma el profesor Lucía Mejía: "Cervantes desea defender, con uñas y dientes de papel, un determinado modelo que se enfrenta al difundido, al creado, al impuesto por Lope de Vega". Es conocida la tensión que hubo entre los dos escritores, unas veces fueron recíprocamente elogiados y otras, duramente criticados. Lope de Vega había publicado anteriormente una carta dirigida a un médico en la que le da cuenta de los nuevos escritores"...de poetas ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote". Muñoz Machado,  en su magnífico libro Cervantes pág. 120- 129, sostiene la tesis de que fue este capítulo el que despertó la ira de Lope, por referirse claramente a él. 
Cervantes, probablemente movido por lo que había oído,  no quiere aplausos de alabarderos, de ahí la andanada que suelta: esas obras, según él,  son auténticos absurdos y desatinos. 

El catedrático de literatura comparada de la Universidad de Santiago de Compostela, Darío Villanueva, comenta este capítulo desde la teoría literaria aristotélica y las nuevas tendencias que surgen en el Renacimiento. Después de reconocer que este capítulo y el anterior forman una unidad formal y de contenido, pasa analizar el mismo. Explica la razón por la que el licenciado dice que ". la épica puede escribirse tanto en prosa como en verso", comenta el profesor que desde el siglo IV a. C.  Aristóteles en su Poética, definía los géneros literarios, en función de los modelos de la literatura griega, desde Homero; no obstante, Aristóteles nunca nombra los libros de caballerías: solamente la épica. Los libros de caballerías participan del mundo épico, pero a diferencia de los romances franceses e italiano, los libros de caballerías están escritos en prosa.
Pasa después a explicar la tensión literaria que existe en el Renacimiento y en la que, según el profesor, Cervantes se tiene que mover: a)  la tendencia aristotélica y horaciana; b) las nuevas manifestaciones literarias en lengua vulgar, que no se adaptan al molde clásico de respeto de las tres unidades. Si por una parte Cervantes se inspira en los libros de caballerías hispánicos para criticarlos,  por otra, rechaza las libertades de la tragicomedia lopesca por no respetar el canon aristotélico de respeto a las tres unidades de lugar, tiempo y acción.
La enemistad con Lope de Vega se hace patente, ya que Lope se atiene a lo que el público le demanda; sin embargo, el canónigo toledano se identifica con Cervantes ya que pone como modelo la Numancia. Refuerza la posición del canónigo el cura pues equipara los libros de caballerías "con las comedias que agora se usan", en lo que se refiere a la necedad, el disparate y la lascivia. Por esta razón, considera que deberían existir en la corte censores de comedias. Estos funcionarios podrían examinar los libros de caballerías para exigir que su autores los adaptase a las reglas que el canónigo había formulado.


 








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