jueves, 19 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXXVII. LLEGADA DEL CAUTIVO Y ZORAIDA. DISCURSO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS

Las anteriores explicaciones de Dorotea fueron escuchadas por todos, pero especialmente por Sancho, con gran pena y mohíno  pues ya no tendría ni su título nobiliario ni el condado prometido por Micomicona. Los demás se sentían agradecidos:  don Fernando y Dorotea, felices y contentos y agradecidos  al cielo por haberles resuelto los problemas que tenían; la ventera contentísima porque el cura y Cardenio le pagarían los gastos hechos por don Quijote. 
Sancho, pesaroso, se fue al camaranchón en el que dormía don Quijote y lo despertó, diciéndole que durmiera todo lo que quisiera porque ya se había resuelto el problema de Micomicona. Don Quijote volvió con el mismo sueño que la vez anterior. Se había resuelto porque, según él, había matado al gigante y, la sangre corría a ríos. Sancho quiso volverlo a la realidad, diciéndole la verdad sobre la rotura de los cueros de vino. Volvió don Quijote a insistir sobre los encantamientos en la venta y Sancho a desmentirlo, argumentando que no eran encantadores los que lo habían vapuleado, sino el ventero con otros más.

Salió vestido don Quijote con toda su parafernalia. Todos se sorprendieron, especialmente don Fernando. Dirigiéndose a Dorotea le dijo que se había enterado por Sancho cómo se había transformado de princesa en doncella. Si ello había sido porque su padre desconfiaba de él es porque “no sabía de la misa la media” (prov. lo ignora casi todo). “Pero el tiempo, descubridor de todas las cosas, lo dirá cuando menos lo pensemos.”

Respondió Dorotea diciéndole que ella no se había mudado en su ser, que era la misma que ayer.  El estar con él le ha traído suerte y ha sido para bien, que mañana saldrían de camino para conseguir el buen suceso que esperaban. Reprendió duramente don Quijote a Sancho porque creyó que este lo había confundido y engañad respecto a la transformación de Micomicona en Dorota y a la transformación de la sangre en vino; lo llamó  “Sanchuelo”, el mayor “bellacuelo” que hay en España . Respondió Sancho diciéndole que sentía haberse engañado él con respecto a Micomicona, pero en lo que respecta a la horadación de los cueros de vino,  “al freír los huevos lo verá” (al final lo verá), cuando el ventero le pase la cuenta. Don Fernando puso la paz y pidió partir al día siguiente como había decidido Dorotea. Hablaron entre don Quijote y don Fernando con mucha cortesía.

Se rompió la conversación porque entraron en la venta un cristiano recién venido de tierra de moros, muy bien vestido, con una casaca de paño azul, con bonete (gorro en forma de casco) y calzones de lienzo azul; lo acompañaba, subida en un jumento una mujer a la morisca vestida, con ropas de gran calidad. Pidieron aposento, pero no había. Dorotea y Luscinda se ofrecieron a la mora para compartir la habitación. Al ver que no contestaba, el caballero cristiano les dijo que no preguntaran, pues no entendía la lengua. Le preguntó Dorotea que  si era mora o cristiana. Respondió que era mora en el traje y en el cuerpo, pero que en el alma era cristiana y pronto se bautizaría con la liturgia de la Iglesia.

Desistieron de preguntarles que quiénes eran; pero Dorotea le dijo a la mora que se quitara el embozo. El cristiano se lo tradujo al árabe y ella aceptó. Cuando descubrió la cara todos se sorprendieron de su belleza. Don Fernando le preguntó al caballero que cómo se llamaba. Contestó que Zoraida, ella rectificó con insistencia diciendo que se llamaba María.

El ventero preparó la mesa para cenar. Dorotea se sentó junto a don Quijote. Levantándose este dio comienzo al discurso de las armas y las letras.

Empieza don Quijote por preguntarse por el valor que encierran las armas y las letras. Esto se puede resolver si nos preguntamos a su vez por los trabajos que realizan los que se dedican a unas y otras. Refuta primero aquellas opiniones que sostienen que las letras trabajan solamente con el espíritu y las armas con la fuerza. Demuestra que las últimas lo hacen con los dos. Pasa a continuación a preguntarse por la finalidad de unas y otras: “las letras humanas tienen por fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se cumplan”.  “Las armas tienen por objeto la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida”. Pone como ejemplos distintas expresiones: “Gloria sea en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”; “Paz sea en esta casa”.

Habla después de los trabajos del estudiante. Destaca en primer lugar por la pobreza, porque quien es pobre no tiene cosa buena . Esta pobreza la padece por sus partes, ya en hambre, ya en frío, ya en desnudez, ya en todo junto”.  Si sabe aguantar el camino y superar los obstáculos, puede llegar a mandar y gobernar el mundo, “premio justamente merecido a su virtud”.

Comentario

El catedrático de Literatura Española, especialista en el Siglo de Oro y en el Quijote, de la Universidad de Toulouse,  Michel Moner, comenta este capítulo, enmarcándolo en el desenlace del laberinto de las historias de amor que ocurren en Sierra Morena: se solucionan las tribulaciones de los amantes Cardenio/Luscinda y Fernando/Dorotea, con final feliz en todos ellos. Llega a la venta la pareja formada por el cautivo y  Zoraida, señal de un nuevo episodio. Se inicia el discurso de las armas y las letras, que va a servir como preámbulo al "cuento" del cautivo. Se puede encontrar un paralelismo, según el profesor Moner,  entre este nuevo cuento y el primer discurso de don Quijote y la Edad Dorada en I,II que da entrada a la historia de Marcela y Grisóstomo.
La venta-teatro va a ser el espacio de desenlace de todas las historias que encontramos en Sierra Morena, compartiendo el mismo leitmotiv estructurante de distintas metamorfosis o mudanzas que se producen en personajes y situaciones: la sangre que don Quijote cree del gigante se convierte vino; Micomicona en Dorotea; Dorotea va a cambiar de doncella seducida y abandonada, en esposa de don Fernando y, Luscinda en esposa de Cardenio.
El discurso de las armas y las letras, que se inicia en este episodio y termina en en I,38, se divide en dos partes: una se refiere al espíritu, la otra al cuerpo, Se producen una serie de paralelismos y contrapuntos: "Por un lado se ensalza el espíritu evangélico de la milicia (restaurar la paz en el mundo, a imitación de Jesucristo), cuando los letrados no hacen más que guardar las leyes (dando a cada uno lo que es suyo) , y por otro se ponderan los trabajos  y lo ascético de la vida militar, frente a la vida regalada de los letrados)"










   












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