Don Quijote
estaba una noche entristecido en su aposento, sin poder dormir, dolido por los
arañazos de los gatos y pensando en cómo era perseguido por Altisidora, cuando
oyó que abrían la puerta del dormitorio. Pensó de inmediato en la enamorada
doncella y temió que hubiese venido a comprometer su honestidad; pero en vez de
entrar Altisidora, como esperaba don Quijote, lo hizo una dueña, vestida con
largas y blancas tocas, con anteojos en la cara y, llevando una vela en la
mano. Don Quijote, de pie sobre la cama, envuelto en una colcha amarilla,
tocado con un gorro de dormir y, con el rostro y los bigotes vendados por los
arañazos de los gatos, empezó a santiguarse nerviosamente, porque creía que
alguna bruja había entrado en su aposento. La dueña, cuando se acercaba y vio el
aspecto de don Quijote, se asustó tanto que se le cayó la vela y, al intentar
huir en la obscuridad, se pisó las faldas y cayó al suelo.
Creía que era un fantasma y le conjuró (le suplicó) que le dijera lo qué quería ,
pues como tal caballero andante, su oficio se extendía a hacer el bien incluso a las ánimas del purgatorio. Se dio a conocer la dueña. Era doña Rodríguez y
venía a exponerle sus cuitas y a pedirle ayuda. Don Quijote, que no se fiaba de
las dueñas, le respondió que si su petición era celestinesca, él sólo estaba
para Dulcinea; no sin antes haber pensado que el diablo lo quisiera tentar lujuriosamente con una mujer antes roma ( chata, estas tenían fama de ser lujuriosas) que aguileña. Al final accedió a escucharla, quedándose él acostado en su
lecho, asomando sólo la cabeza; ella sentada en una silla a una enorme
distancia.
Doña Rodríguez se sentía muy orgullosa por ser de las Asturias de Oviedo (se consideraba la cuna de las familias más nobles de España por ser descendientes de los godos) . Su padre la trajo a
Madrid y la acomodó a servir como doncella de labor en casa de una señora
principal; al poco de llegar quedó huérfana. Se enamoró de un escudero de la
casa. La señora, para evitar comentarios, los casó. Tuvieron una hija; al poco
tiempo falleció su marido a consecuencia del trauma que le produjo el maltrato
de su señora doña Casilda.
Tenía fama de buena costurera y, cuando se quedó viuda
la duquesa se la trajo con ella al reino de Aragón. Su hija tenía dieciséis
años, era muy bella y poseía grandes cualidades. Se había enamorado de ella el
hijo de un rico labrador; le había dado palabra de ser su esposo (se acostó con su hija), pero ahora no
quería cumplirla. Le había pedido ayuda al duque, pero este no hace caso porque el rico labrador le presta dinero continuamente y el duque no quiere molestarlo. Por eso venía a pedirle ayuda. Termina destacando el valor de
su hija frente a Altisidora y la duquesa; en la primera porque “no es oro todo cuanto reluce” (refr.
Las apariencias engañan), pues le huele la boca; en la segunda, porque tiene
llagas en las piernas.
Nada más terminar de hablar abrieron la puerta; del
sobresalto, se le cayó la vela a doña Rodríguez y se quedó la habitación a
obscuras. Dos manos la cogieron por la garganta y otra persona le levantó las
faldas y le dio varios azotes con una chinela (calzado abierto y sin talón). A don Quijote le pellizcaron por
todas las partes y le dieron mamporros. Tuvo que defenderse a puñadas.
Comentario
Las interpretaciones más abundantes de este capítulo
son dos:
A)
Las que lo sitúan en un ambiente teatral como
hacen Díaz Plaja en la obra En torno a
Cervantes, y la que lo interpreta concretamente como un paso de entremés,
como es el caso del catedrático de Literatura de la Universidad de Zaragoza Domingo Ynduráin en las “Notas al capítulo XLVIII”. Para
este autor, “No faltan ninguno de los ingredientes propios del género: figuras
estrafalarias y tipificadas, parodias con recuerdos clásicos de las relaciones
amorosas caballerescas y refinadas, críticas a las dueñas y final a palos y a
oscuras. Pero sobre este esquema, Cervantes borda algunos de los elementos
esenciales que caracterizan toda la obra. Tal es el contraste entre imaginación
y realidad: el caballero, que espera Altisidora, se encuentra con una dueña a
la que confunde con una aparición diabólica. Comparándolo este capítulo con
otros en los que se evidencia el contraste entre lo imaginado y lo real,
Ynduráin destaca la ironía que suponen los juicios sobre el espantable aspecto
de doña Rodríguez y las consideraciones de don Quijote sobre la dueña, como tentadora
y apetecible. Preguntándose don Quijote si se podría contener al recibir a tales
horas a doña Rodríguez y contestando ésta que sí. Responde él:
-
”porque ni yo soy de mármol, ni vos de bronce,
ni ahora son las diez del día, sino media noche…y en una estancia más cerrada y
secreta que lo debió de ser la cueva donde el traidor y atrevido Eneas gozó a
la hermosa y piadosa Dido”.
Destaca también el profesor Ynduráin el tema del campesino rico y la alianza que se da entre este grupo social y la nobleza
B)
Desde un punto de vista social. La dueña hace honor
al apelativo de alcahueta, como explica el catedrático Joaquín Casalduero: “Cervantes, nos ha
presentado las bellísimas piernas de Altisidora ; doña Rodríguez nos descubrirá
las de la Duquesa, con unas fuentes “por donde se desagua todo el mar humor de
quien dicen los médicos que está llena”. Doña Rodríguez nos da a conocer el
secreto de los médicos; nos hace, querámoslo o no, presenciar el cuerpo de la
Duquesa en su realidad verdadera, e igualmente nos entera de la vida del Duque
y nos aproxima a Altisidora, todo esto después de habernos hecho pasear por
Madrid y conocer la corte”. Recordemos
que cuando expone la historia de su seducida hija por el hijo de un rico
labrador, “pedídole (al Duque) mande que el tal labrador se case con mi hija,
hace orejas de mercader y apenas quiere oírme, y es la causa que como el padre
del burlador es tan rico y le presta dineros y le sale por fiador de sus
trampas por momentos, no le quiere descontentar ni dar pesadumbre”.
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