Una vez terminó el cautivo de contar su historia, todos manifestaron su aprecio y admiración por lo que había dicho, pero especialmente don Fernando, que se ofreció a llevarlo a su tierra, pedirle a su hermano, el marqués, que actuase de padrino del bautismo de Zoraida y entrar en su tierra con la solemnidad y dignidad que su personas merecía; pero él rehusó cortésmente tales ofrecimientos.
Había entrado ya la noche cuando llegó a la venta un coche con algunos hombres a caballo. Pidieron alojamiento y la ventera les dijo que no había. Le comunicaron que se trataba de un oidor -(“juez de los supremos en las chancillerías o consejos del rey, dichos así porque oyen las causas y lo que cada una de las partes alega”. Covarrubias)- que se dirigía a las Indias, a la Audiencia de México. Cuando esto escucharon, se turbaron un poco y la ventera le ofreció la estancia que ella y su marido compartían. Se bajó del coche el oidor, acompañado de su hija, de unos dieciséis años, se llamaba Clara, que impresionaba por su belleza.
También le dio la bienvenida don Quijote a “aquel mal acomodado castillo”, con ceremoniosas palabras; elogió la belleza de su hija Clara y consideró que aunque el castillo era pequeño, siempre habría un lugar para las armas y las letras, especialmente si estas últimas traían "como adalid la fermosura de esta hermosa doncella" Quedó confuso el oidor cuando vio su figura y oyó las razones de don Quijote. Los otros personajes también lo saludaros cortésmente. El comprendió que estaba con gente importante. A la hija se le ofreció, junto con las mujeres, un camaranchón; el oidor, con su cama (los viajeros pudientes llevaban a las ventas su propia cama), dormiría en el aposento del ventero.
El cautivo, de inmediato, tuvo la corazonada de que aquel era su hermano; quiso saber cómo se llamaba el oidor y no de los criados que lo acompañaban le informó que su señor se llamaba Juan Pérez de Viedma, era licenciado y, según decían, originario de las montañas de León y se dirigía a la Audiencia de México. Esto confirmó al cautivo lo que sospechaba: era su hermano. Se lo comunicó a los que estaban en la venta y se preguntaba si lo recibiría o se afrentaría al verlo pobre. Deseaba darse a conocer con prudencia y delicadeza
Se ofreció el cura a introducir al Cautivo, asegurándole que la impresión que le había dado su hermano, el oidor, era el de una persona “que sabe entender los vaivenes de la fortuna”. Estaba preparada la mesa para cenar; todos estaban sentados excepto el Cautivo que se encontraba cenando con las señoras en su aposento. El cura, sentado junto al oidor, le dijo que del mismo apellido de él tuvo un camarada en Constantinopla, donde estuvo cautivo algunos años; hábilmente fue contándole al oidor y a los demás comensales, la historia del capitán Ruy Pérez de Viedma y Zoraida. Les comentó que después de haber estado sirviendo en La Goleta ( fortaleza construida por Carlos V en Túnez, fue reconquistada por los turcos), donde perdió su libertad, pasó a Constantinopla; allí tuvo como camarada a un bravo capitán que también había perdido su libertad en la batalla de Lepanto y tenía sus mismos apellidos, su nombre era Ruy Pérez de Viedma, originario de las montañas de León., comentó los consejos que, según el capitán, su padre les dio a él y a sus hermanos cuando salieron de las montañas de León; su entrada en el ejército, su rescate por Zoraida y el ataque de los franceses cuando regresaron a España.
Cuando oyó lo anterior, con lágrimas en los ojos, intervino el oidor para decir que la persona a la que se había referido era su hermano. Su tercer hermano estaba en el Perú. Era una persona muy rica y había enviado mucho dinero, tanto a su padre como a él. Su padre no se quería morir sin ver al hijo. Él estaba dispuesto a ir adonde estuviera cautivo a rescatarlo.
Oído lo anterior, se levantó de la mesa el cura; se dirigió a la habitación en la que estaban las señoras y el Cautivo, que había estado oyendo lo que decía el cura, cogió a Zoraida de una mano y al Cautivo de otra y dirigiéndose al oidor le dijo que aquí estaban su cuñada y su hermano, el capitán Ruy Pérez de Viedma. Las emociones no se podían describir. Acordaron los dos hermanos Pérez de Viedma pedirle a su padre que viniera a Sevilla al casamiento del hijo y al bautismo de Zoraida. El oidor partía para México sin que pudiera demorar su viaje.
Don Quijote oyó en silencio todas intervenciones; consideraba que estos extraños sucesos eran obra de encantadores. Se ofreció a hacer la guardia del castillo para proteger a tanta belleza como allí había. Era ya noche avanzada y todos se retiraron a descansar. Durante la madrugada se oyó la voz de un mozo que cantaba bellas y emocionadas canciones. Dorotea, que dormía acompañada de Clara de Viedma, se despertó y, junto con Cardenio, se dispuso a oír lo que la canción decía.
Comentario
Conviene realizar algunas precisiones sociales para mejor entender este y otros capítulos. El catedrático, historiador y académico Antonio Domínguez Ortiz escribió un iluminador artículo para la edición de El Quijote que preparó Francisco Rico. Lo titula La España del Quijote. Cuando se refiere a las clases sociales sostiene que en la época en que Cervantes vivió, la de Felipe II, una nueva clase social pretende asentarse en el poder. “Se trata de aquellos que sin tener privilegios reales, tienen una situación real de privilegios; eran los poderosos, las personas principales, los nuevos ricos. La Corona favoreció indirectamente la ambición de esta clase con la venta de cargos”. Nos dice el narrador: “En resolución, bien echó de ver el oidor que era gente principal toda la que allí estaba, pero el talle, visaje y la apostura de don Quijote le desatinaba”. Recordemos que en la venta se encontraban don Fernando, Cardenio, Dorotea, Luscinda, don Quijote y El Cautivo.
Respecto al refrán que enmarca la salida de los tres hermanos Viedma de León y que vimos en capítulos anteriores: “Iglesia, Mar o Casa Real”, explica Domínguez Ortiz, lo que tenían que hacer aquellos que no tenían dinero para comprar señoríos y querían subir peldaños en la escala social por medios más honrosos que los que habían utilizado las “gentes principales” o “nuevos ricos”. El ascenso por cauces eclesiásticos era el más fácil porque la Iglesia admitía a todos y en ella podían hacer carreras magníficas. El segundo término, mar era ambiguo, sigue comentando el historiador, pues con él se incluía el comercio marítimo especialmente a las Indias, así como a los armadores de buques mercantes o de guerra. Recordemos que el hermano menor está en el Perú, es rico y manda mucho dinero a su padre y a él. El tercer término Casa Real comprendía: a) los que se dedicaban a oficios palatinos: el Mayordomo mayor; b) Los que ejercían altas funciones: secretarios, magistrados, consejeros. Es el espacio en el que se sitúa el Oidor.
En este capítulo vuelve don Quijote a hacer alusión a las armas y las letras. “La contienda entre unas y otras era ya un tema clásico; ya Quintiliano, entre los ejercicios que proponía a sus alumnos incluía éste. ¿ A quién se debe conceder preeminencia, a los juristas o a los militares? Las letras eran los estudios superiores universitarios, centrados en el conocimiento del Derecho, especialmente el Canónigo y el Civil. El primero abría las puertas a las prelacías; el segundo, a las Magistraturas, los Tribunales, los Consejos, el Gobierno de la Monarquía. En teoría, las armas disponían de más premios que las letras. En la práctica, la alta burocracia cobraba puntualmente sus sueldos”
María Eugenia Meyor escribe en Anales Cervantinos: Don Quijote y el oidor de México: desencuentro de caballeros. En el artículo se analiza la representación de este personaje que iba designado a la Audiencia de México, que canta Bernardo de Balbuena en 1604:
Una audiencia real, espada y freno
De la virtud y el vicio, claustro santo,
Si es santo lo que sumamente es bueno.
Sostiene la autora que el sentido del relato de los Viedma, en cuanto a su significación final, es americano. El componente magrebí, según ella, representa una etapa intermedia. “Por medio del contraste entre caballeros se desprende ante el público de la venta y ante el lector el cambio surgido ante el imperio hispano: de África y el mar Mediterráneo a la América transoceánica: del medioevo a la modernidad; de la empresa religiosa y guerrera a la comercial y política; del caballero peninsular, epítome de la acción, al caballero indiano y escribano”.
Sigue sosteniendo la autora que está muy presente el componente autobiográfico en el relato. Después de Lepanto, trató Cervantes de pasar a las Indias; escribió dos memoriales dirigidos a Antonio de Eraso, Secretario del Consejo de Indias, además de una Información sobre Argel, en 1580. No lo consiguió, y estas experiencias las narrativizó en estos episodios.
El catedrático de Literatura Española de la Universidad de Toulouse, Michael Moner,. comenta este capítulo focalizándolo en la intervención de don Quijote cuando le da la bienvenida al juez: "puede esparcirse en este castillo , pues "no hay estrecheza ni incomodidad en el mundo que no dé lugar a las armas y las letras, y más si las armas y las letras traen por guía y adalid a la fermosura".
Se trata de un epílogo en el que se traen a la memoria el punto de partida: las montañas de León, de donde parten los tres hermanos, si bien las tres carreras de los hijos: "Iglesia, mar o casa real", se reducen a dos; riqueza y pobreza. A diferencia de sus hermanos, el capitán ha sido glorioso, pero pobre y la "anagnórisis de la venta, no parece tener otro fin, que el de contrastar, las tribulaciones y la pobreza del uno con el éxito social y la riqueza de los otros dos, especialmente la del juez, pues del hermano que se va al Perú, se sabe poco, únicamente que envía dinero.
Una vez más, Cervantes saca de su bitácora personal experiencias con las que el Quijote se abre a los lectores hispanos de ambas orillas del Atlántico.