Uno de ellos, que se llamaba Vivaldo, le decía a otro que daba por bien el retraso que llevaban, pues de esta manera podían asistir al entierro de Grisóstomo, que se había quitado la vida por la hermosa Marcela. Intervino don Quijote para interesarse por ella; pero lo que le dijeron fue lo mismo que la noche anterior había oído de Pedro.
Al ver vestido así a don Quijote, le preguntó Vivaldo que por qué iba así armado por estas tierras tan pacíficas. Don Quijote le contestó que era caballero andante. A continuación explicó el origen de esta caballería, que se asienta en tiempos del rey Arturo, fundador de la orden de la Tabla Redonda. Con el tiempo fue extendiéndose por todo el mundo y a ella pertenecían caballeros tan importantes como Amadís de Gaula, Felix Marte de Hircania y el siempre alabado Tirante el Blanco. Todos profesaron en la orden de caballería; así caminaba él en busca de aventuras, ofreciendo su ayuda a los necesitados.
La caballería andante –siguió diciendo don Quijote- pasa por muchas estrecheces, al contrario que los cortesanos, que viven regaladamente. No viven con la tranquilidad que tienen los religiosos; estos piden al cielo, pero son los caballeros los que ejecutan la justicia divina. Dándose cuenta de que estaba delante de un orate, le comenta Vivaldo, persona muy discreta y de alegre condición, que los caballeros andantes, cuando acometen una aventura, se encomiendan a su dama, en vez de encomendarse a Dios como hacen los cristianos. Don Quijote le contesta que era propio de la caballería andantesca, primero encomendarse a su dama y posteriormente a Dios. Le replica el caminante, que no todos los caballeros andantes tienen damas y le pone el ejemplo de don Galaor, hermano de Amadís. Don Quijote le contesta que una golondrina no hace verano ( de un sólo hecho no podemos deducir una norma general) para decirle a continuación, de manera secreta, que Galaor también se encomendaba a su dama. Vivaldo le preguntó a don Quijote por el linaje de su dama y don Quijote le contestó, diciéndole que supera los principales linajes nobles conocidos de la antigua Roma, Italia y España. Este hecho le sirvió a Vivaldo para manifestar sus vivencias sobre el linaje.
Los cabreros oyeron la descripción de don Quijote y se percataron de su falta de juicio. Sancho, que lo conocía, se daba cuenta de que desde que andaba con él, siempre decía lo mismo de Dulcinea, pero que nunca la vio como don Quijote decía.
Desde lejos vieron a un grupo de cabreros, vestidos de negro y con guirnaldas en la cabeza. Llevaban una camilla. Pronto se dieron cuenta de que en ella estaba el cuerpo de Grisóstomo. Anselmo hizo una elegía del difunto y leyó las palabras de su amigo, con la intención de quemarlas como él deseaba. Vivaldo, que se había dado cuenta del amor de Grisóstomo y de la crueldad que decía apreciar en Marcela, le pidió a Anselmo que no lo hiciera, pues "serían ejemplos en los tiempos que han de venir a los vivientes para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos". Anselmo le permitió que cogiera uno de esos papeles. Resultó ser la Canción Desesperada.
Comentario
Ya dije anteriormente, de acuerdo con el catedrático de Filología Románica de la universidad de Pavía y crítico literario, Cesare Segre, que el Quijote es una novela ensartada en la que aparecen otras que guardan alguna relación con la trama amorosa que vive el personaje. En este caso es el del amor que vive Grisóstomo por Marcela. El de don Quijote por Dulcinea, se asienta en la irrealidad; pero el de Grisóstomo lo hace en la realidad. Se quita el amor por Marcela. Toda su historia tiene un aire de verdad y nada resulta extraño cuando el amor se vive como un drama que lleva a la alienación.
Comparte con don Quijote que adora a su amada, sin ser correspondido por ella. Esta adoración es casi religiosa. Don Quijote dice que es “dueña y señora mía”; Grisóstomo, porque lo desdeña, se quita la vida. Vivaldo censura la veneración que los caballeros tienen por sus damas. Esto parece ser lo que critica Cervantes, por ser lo que une a don Quijote y Grisóstomo. Esta es la lección que Cervantes quería que el lector aprendiera y funciona como corolario de idolatrar un amor que te puede llevar a la enajenación y al suicidio.
El catedrático de Literatura Española de la Universidad de Valladolid, Javier Blasco, comenta el capítulo, destacando cómo el binomio vida y literatura que tanto se da en el Quijote, se aprecia en este capítulo; si en el anterior solamente oímos la voz de Pedro que les contaba a los pastores la noticia que había en el pueblo, en este capítulo vamos a ver la historia que se había contado.
La noticia del amor y muerte de Grisóstomo y la belleza de Marcela, había ocasionado que muchas personas se interesaran en asistir al entierro; don Quijote va acompañado por los cabreros, a ellos se añaden otras personas, en esa comitiva destaca un caballero de "alegre condición ", ingenioso, discreto, leído y socarrón: Vivaldo
Vivaldo, que conoce bien la literatura caballeresca, se convertirá en el camino que los lleva al entierro, en conversador con don Quijote y en la voz que le contesta a Ambrosio cuando este hizo el panegírico de su "desesperado " y muerto amigo. Identifica el profesor Blasco la función de los núcleos del diálogo; a) el primero, el que narra los temas de caballería, funciona para "reanudar los lazos de este episodio con el motivo principal de la fábula quijotesca: la locura del protagonista; b) el elogio fúnebre de Ambrosio y su suicidio por amor, le da un nuevo derrotero a las enajenaciones que pueden producir estos temas,
En la conversación de Vivaldo con don Quijote sobre la materia caballeresca, la alegre condición de Vivaldo, le permite llevar la conversación por donde a él le interesa, al haberse dado cuenta de la locura de don Quijote. Este, en su alocución a Vivaldo, refleja un lenguaje lleno de reminiscencias religiosas, cuyos tópicos se remontan a las Partidas y al Doctrinal de caballeros. Señala Blasco las coincidencias de este discurso en el que don Quijote opone al caballero con el religioso con el que se verá I, 38. sobre las armas y las letras.
Pone ejemplos del dominio de las formas de argumentación escolástica de Vivaldo: usos de argumentos de autoridad, e inferencias como "luego si es esencia que", así como de sus conocimientos de retórica, termina su comentario diciendo que" lo que comenzó como un relato, acaba siendo la materia de un proceso, que Ambrosio protagoniza como acusador y que prepara el discurso de autodefensa de Marcela en i, 14."
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