Don Quijote oyó el ruido que se hacía en su biblioteca y se despertó. Empezó a gritar y a ponerse furioso. El cura lo tranquilizó; don Quijote se dirigió a él como si fuera el arzobispo Turpín, uno de los personajes de los libros de caballerías. Entre todos, después de haberle dado de comer, consiguieron que volviera a dormir.
El ama, esa noche, harta de tanto libro, los echó todos al fuego, con lo cual pagaron justos por pecadores. Tapió la biblioteca, según había acordado con los amigos de don Quijote. Cuando éste se levantó al día siguiente, buscó la biblioteca y no la encontró. Le preguntó al ama y esta contestó, junto con la sobrina, que el mago Frestón los hizo desaparecer. Don Quijote contestó que tenía una lucha pendiente contra ese mago, a lo cual le contestó el ama que sería mejor quedarse en casa y no buscar pan de trastrigo, pues son muchos los que van a por él y vuelven trasquilados
Pasó don Quijote quince días en su casa, con distintos altibajos. Lo visitaba el cura y don Quijote le decía que lo que el mundo necesitaba eran caballeros andantes. El cura, a veces le quitaba la razón, otras se la daba porque era la única manera de entenderse.
Por esos días le pidió don Quijote a “un labrador, vecino suyo, hombre de bien – si es que este título se puede dar al que es pobre- pero de muy poca sal en la mollera”, que le acompañara. Le prometió una isla en cuanto la ganara; a él lo nombraría gobernador. Movido por esto, Sancho dejó a su mujer y a sus hijos y, como escudero ( en tiempo de Cervantes, el escudero era un criado que asistía al señor), acompañó a don Quijote.
Acordaron salir del pueblo de noche. Le pidió don Quijote a Sancho que llevase unas alforjas y fuese acompañado de su rucio. Don Quijote, de acuerdo con lo que le dijo el ventero, cogió dineros y camisas y compuso su armadura.
Por la mañana, cuando salió el sol, estaban lejos de su pueblo. Sancho iba muy a gusto en su rucio, pensando que sería gobernador.
La conversación que mantenían giraba en torno al gobierno de la ínsula. Le decía don Quijote que era costumbre entre los caballeros darles a sus escuderos, al final de sus días, alguna ínsula, pero que él no esperaría tanto, pues en seis días la tendría, y quizá no como gobernador, sino como rey. Sancho no veía a su mujer como reina, ni siquiera como duquesa. Finalmente dice Sancho que espera poder llevar bien lo que su amo le dé.
Comentario
El cervantista y catedrático de Estudios Hispánicos de la Universidad de Edimburgo, Edward
C. Riley, en Teoría de la novela en Cervantes, sostiene que “La crítica de las
novelas de caballerías se hace de dos maneras: mediante juicios más o menos
directos dentro de la ficción, y también mediante la ficción misma “. Esta
tesis de Riley se demuestra fácilmente con la lectura del capítulo anterior y éste. En el anterior vimos el escrutinio; en éste
vemos la ficción misma: asistimos a la parodia de las mismas novelas.
Una
vez más volvemos a hallar a don Quijote dándole vida a la parodia de los libros
de caballerías. Estos lo han llevado a la alienación y su alma vaga dramática
en el espacio de la ficción caballeresca.
Encontramos
en el capítulo la voz del narrador que, comentando la asepsia del ama por los libros, al
quemarlos todos, nos dice que pagan justos por pegadores. Un refrán muy veraz y
con el que la lengua alude a que pagan los inocentes las culpas que otros han
cometido. Frente al pensamiento
irracional de don Quijote, se opone la racionalidad del refrán: es la voz
cervantina, cuya enseñanza quiere transmitir al lector
La
oposición locura cordura la volvemos a hallar en la conversación entre don
Quijote y el ama. Cuando éste le dice que piensa ir a buscar al mago Frestón,
le contesta esta que “no busque pan de trastrigo, pues muchos van a por él y
vuelven trasquilados”. Expresión que se
utiliza para decir que se buscan líos y cosas inadecuadas, consiguiendo lo
contrario de lo que se buscaba. Las dos expresiones, que son propias de la
razón y el sentido común, siguen estando vigentes y con mucha fuerza.
La
voz de Cervantes, refiriéndose a Sancho, como “hombre de bien - si es que este
título se puede dar al que es pobre.-, bosqueja su sensibilidad por las
personas humildes.
Con
este genial personaje, llegado de la literatura popular, cuyos antecedentes se
encuentran en el más antiguo libro de caballerías conocido, El Caballero Zifar
( Menéndez Pidal: Un aspecto de la
elaboración del Quijote,), entra en escena el escudero, Ribaldo, con alforjas llenas
de refranes, cuyo candor “tanto precio dará a la locura del hidalgo”. Importante es la opinión de Martín de Riquer; en sus estudios sobre El caballero Zifar, destacó que en ambos tipos existen ciertas analogías, principalmente por ser los dos de baja extracción, pero deducir que Ribaldo, el escudero de Zifar, sea un modelo de don Quijote es exagerar gratuitamente. Aunque no se puede negar que Zifar ha dejado huella en el Quijote". Santiago Muñoz Machado, Cervantes págs 311-322
En El Personaje de Sancho Panza y los lectores
del siglo XVII, Javier Salazar, cervantista y profesor de Literatura de la UNED, explica el contexto socioeconómico del
“labriego prototipo, simple y agudo, malicioso y bobo, muy similar al que
Cervantes nos presenta en su novela”. "Francisco Márquez Villanueva, cervantista y catedrático de la Universidad de Harvard, en su libro Fuente literarias cervantinas ya sostuvo que el aldeano manchego permanece marcadamente a la caracterización dramática de lo rústico y ya se encuentra en el teatro prelopista y Cervantes lo usa en algunas de sus obras teatrales". Muñoz Machado op.cit. pag. 313-314
Vicente de los Ríos, en el libro anteriormente señalado, asiente, según el sentir de la época -1790-que "el carácter de Sancho es el de una labrador interesado, pero ladino por naturaleza, y sencillo por su crianza y condición, que procede siempre según le inclina el interés."
Vicente de los Ríos, en el libro anteriormente señalado, asiente, según el sentir de la época -1790-que "el carácter de Sancho es el de una labrador interesado, pero ladino por naturaleza, y sencillo por su crianza y condición, que procede siempre según le inclina el interés."
Muy
importantes son los estudios del cervantista y catedrático de la Universidad de la Sorbona, Agustín Redondo, sobre la tradición
carnavalesca en El Quijote. El autor estudia la obra desde este punto de vista
y, en concreto, en Tradición carnavalesca
y creación: Del personaje de Sancho Panza al episodio de la Ínsula Barataria,
muestra con gran acuidad los dos aspectos de la cultura: el popular, proyectado
en lo carnavalesco y el oficial o culto, reflejado en lo cuaresmal. Ambos se
manifiestan en un reversible juego de espejos, cuyos protagonistas son don
Quijote y Sancho. Este último es "por varias de sus características, un loco
carnavalesco".
El escritor y catedrático de Literatura comparada de la Universidad de Princeton, Jorge Guillén, en el comentario de este capítulo, señala que: a) Si anteriormente don Quijote había confundido la ficción novelesca con la historia, no olvidemos que se pasaba los días y las noches leyendo, ahora confunde el sueño con la vigilia, pues cuando se despierta dice ser Reinaldos de Montalbán. Se termina la escena en la que intervienen el cura, a quien confunde con el arzobispo Turpín y el ama, que, en alusión a la Inquisición, quema los libros y tapia la biblioteca.
b) Don Quijote ya no va a necesitar los libros para leerlos, los vive en su imaginación:" convierte el mundo en una novel, dentro de la propia ficción que lo contiene a él. Don Quijote se sitúa como el personaje principal de su propia novela de caballerías.
c) En este capítulo aparece Sancho, que, como escudero ya había sido anunciado en I, 3. cuando don Quijote fue investido como caballero por el ventero. Con Sancho
d) Considera Claudio Guillén que con Sancho "el dialogismo puede ir convirtiéndose en el principio estructural de la novela,. contraste entre pareceres, sin que el narrador nos dé los códigos o claves de los mensajes", ello va a permitir que seamos nosotros como lectores los que vayamos otorgando significado y dando pluralidad a las lecturas.
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