Había llegado el
día del desafío de don Quijote al joven que había deshonrado a la hija de doña
Rodríguez. El duque, siguiendo las instrucciones de la cristiandad (Concilio de
Trento 1544-1564 prohibió los desafíos bajo pena de excomunión)), había advertido a Tosilos que debía vencer a don Quijote, pero sin
herirle. De acuerdo con lo anterior, ordenó que les quitasen los hierros a las
lanzas. Don Quijote no se opuso.
Se había preparado el campo del combate. En el
centro se había elevado una amplia tarima en la que estarían los árbitros y las
demandantes: madre e hija. Los duques se acomodaron en una elevada galería. Había
llegado gente de las aldeas vecinas a presenciar el combate.
Don Quijote se
encontraba en la plaza cuando Tosilos entró. Lo hizo, luciendo fuertes armas y
subido en un poderoso caballo frisón (caballo procedente de los países bajos, de buena presencia y nobles, utilizados para el tiro de carruajes) Paseó la plaza y llegó hasta donde
estaban las demandantes. Miró a la joven dama y parece ser que en ese momento la
encontró la mujer más hermosa del mundo, haciendo honor al dicho de que “el amor es invisible y entra y sale por do
quiere, sin que nadie le pida cuenta de sus hechos : El amor le había clavado a Tosilos una flecha en el corazón
El juez partió
el sol a los combatientes y cada uno se situó en su puesto. Sonaron los
tambores y las trompetas. Don Quijote se encomendó a Dios y a Dulcinea y
arremetió.
Tosilos no se
movió. Llamó al maese de campo y le dijo que se declaraba vencido porque quería
casarse con la joven. Dirigiéndose a su madre, se la pidió por esposa,
argumentando que “no quiero alcanzar por
pleitos ni contiendas lo que puedo alcanzar por paz y sin peligro de la
muerte”. Don Quijote que lo oyó contestó “pues Dios Nuestro Señor se la dio, San Pedro se la bendiga (“es
necesario resignarse ante la suerte de cada uno”).
Tosilos le
confirmó al duque lo que le dijo al maese de campo y, Sancho, que estaba
presente, afirmó que hacía lo correcto porque “lo que has de dar al mur (al ratón), dalo al gato, y sacarte ha de cuidado” (“se debe aceptar lo
mejor”).
Cuando Tosilos
se descubrió, quitándose la celada, tanto doña Rodríguez como su hija se
quejaron porque decían que las habían engañado, ya que aquel no era el mozo
burlador que la había deshonrado, sino el lacayo Tosilos. El duque estaba
encolerizado por la inesperada actitud del lacayo. Don Quijote echó la culpa
del cambio a los encantadores y le pidió a la dama que se casara con el lacayo,
pues era el mismo que el que ella deseaba como esposo.
La hija accedió
a casarse. El duque dio su consentimiento, a condición de que Tosilos quedase
encerrado en el castillo quince días, para ver si los encantadores le devolvían
su prístina figura.
Todos aclamaron
a don Quijote por su victoria, pero muchos quedaron tristes y defraudados
porque los combatientes no se habían destrozado.
Comentario
El catedrático de Literatura de la Universidad de Zaragoza Domingo Ynduráin comenta este capítulo poniendo el foco en el amor que "lo mismo sojuzga a los reyes que a los `pobres pastores de ganado, ha traspasado el pecho de Tosilos que decide tomar por mujer a la hija de la dueña; ella prefiere ser mujer legítima de un lacayo que amiga de un caballero, aunque su seductor no lo sea. Es en definitiva el amor entre iguales"
Las lecturas del capítulo convergen más
en el que conviven lo dramático con lo cómico. Se ha dispuesto el combate siguiendo
las reglas que la novela caballeresca exigía. Pero lo duques, cuyo propósito es
reírse de don Quijote, al haberse marchado el mozo burlador, acuerdan
enfrentarlo con el lacayo Tosilos, bien armado y subido sobre un fuerte caballo
frisón. Ellos esperan que el viejo caballero caiga ante el joven y fuerte
Tosilos, pero hace su aparición el amor y, este valor moral, que para
Cervantes, en frase de Américo Castro, es “la máxima esencia vital”, triunfa
una vez más.
El proceso
dialógico entre el duelo caballeresco y el amor, se ha quebrado a favor de
éste. Don Quijote se muestra comprensivo ante una realidad moral que está por
encima de los humanos. Lo expresa en tono dogmático: “pues Dios Nuestro Señor
se la dio, San Pedro se la bendiga”. Al lado del tono trágico-cómico del combate,
el pronunciamiento lógico y coherentes de Tosilos y, en parte los de don
Quijote. En este último, vuelven a coexistir los dos planos: el de la locura
que mueve a risa cuando culpa a los encantadores del cambio del novio por
Tosilos y la cordura del consejo que da a la demandante joven.
Importancia
tiene también el contraste que vive el duque: esperaba reírse con el combate de
don Quijote y, el resultado fue llenarse de ira por la frustración de su deseo.
Tanto es así que ordenó que encerraran al joven lacayo durante quince días.
Una vez más
hemos visto en este capítulo las añagazas que Cervantes le tiende al lector.
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