Una vez que don Quijote se curó
de los arañazos de los gatos, se sintió en la necesidad de continuar su vida de
caballero andante y pensó decirles a los duques que próximamente saldría para
Zaragoza a participar en unas justas que allí se hacían. Un día, estaba sentado
a la mesa con sus anfitriones cuando se presentaron en la sala, llorando, dos
mujeres, completamente enlutadas, pidiéndole ayuda. Se lamentaban con tal
ahínco que los propios duques dudaban de que fuera una broma. Se descubrieron a
petición de don Quijote; una de ellas, doña Rodríguez, le pidió ayuda para reponer el honor
de su hija porque había sido burlada por un joven y rico labrador que le había prometido matrimonio y no cumplía su
palabra. Le pedía a don Quijote que lo desafiara y le obligara a casarse con su hija, porque desconfiaba que el duque lo fuera a hacer, pues sería pedir peras al olmo (pretender algo
imposible). Con mucha gravedad le prometió don Quijote a doña Rodríguez que renunciaba a su hidalguía y se ponía a la altura del villano para combatirle y reponer el honor de la joven. Antes le había advertido a la hija que “le
hubiera estado mejor no haber sido tan fácil en creer promesas de enamorados,
las cuales por la mayor parte son ligeras de prometer y muy pesadas de cumplir”.
El duque aprovecha la ocasión para organizar una nueva burla: obligaría al mozo a que pelease allí, en el
castillo, en un plazo de seis días.
Estando en esto entró el paje con
dos cartas de Teresa; una para la
duquesa, que decía “Carta para mi señora la duquesa tal de no sé dónde”; y la
otra: “A mi marido Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, que Dios
prospere más años que a mí”. La duquesa, que “no se le cocía el pan”,(expresa la inquietud hasta conseguir lo
que se desea),la leyó para sí y después en voz alta. Le decía Teresa que “en este
pueblo todos tienen a mi marido por un porro, y que sacado de gobernar un hato
de cabras, no pueden imaginar para qué gobierno pueda ser bueno”. Le suplicaba
que le ordenara a su marido que le mandara dinero, porque pensaba ir a la corte
y allí la vida está muy cara, ya que el pan vale a real y una libra de carne,
treinta maravedís; que en la corte se sorprenderán cuando la vean con Sancho y
“a Roma por todo” (el proverbio
expresa el ánimo y la confianza con que se comienza una empresa difícil).
Finalmente, después de decirle que, este año no había habido bellotas en el pueblo, le comunica "que le manda medio celemín de las mejores bellotas que
recogió en el monte, una a una".
En la carta a Sancho, lo llamaba “Sancho mío de mi alma” y “hermano”. Le expresa la alegría que se llevó cuando
recibió su carta, diciéndole que pensó que se iba a caer muerta, pues “así mata la alegría súbita como el dolor
grande”. La misma alegría sintió su hija Sanchica, pues "se le fueron las aguas sin sentirlo de puro contento" (se orinó). Le aseguraba que, de acuerdo con lo que su madre decía: “es menester vivir mucho para ver mucho”, no
pararía hasta verlo “arrendador o alcabalero (recaudador de impuestos), que son
oficios que, aunque lleva el diablo a quien mal los usa, en fin en fin, siempre
tienen y manejan dineros”. Le contaba algunos sucesos recientes del pueblo, que
Sanchica hacía encaje y cada día echaba en la alcancía ocho maravedís para
ayudarse en su ajuar, que la fuente de la plaza se secó porque le cayó un rayo,
“y allí me las den todas” (expresión proverbial, con el sentido de “y a
mi me tiene sin cuidado, allá se las arreglen”). Relata a continuación una serie de noticias del pueblo, por ejemplo, la del pintor que, como Orbaneja (cap 71, 2), no sabe pintar y termina manejando la azada en vez de los pinceles; el caso de la Minguilla, que demanda al hijo de Pedro de Lobo porque dijo que se casaría con ella; las malas lenguas dicen que la dejó embarazada, pero él lo niega, o el caso de "los soldados que se llevaron tres mozas del pueblo, que quizás volverán y no faltará quien las tome con sus tachas (cualidades) buenas y malas".
Hubo júbilo con la lectura de las
cartas. Después, el paje le entregó a la duquesa los dos regalos de Teresa: las
bellotas y un queso mejor que los de Tronchón, pues en el pueblo no hay aceitunas ni una gota de vinagre.
Comentario
Los dos núcleos fundamentales del
capítulo son las cartas de Teresa a la duquesa y a su marido Sancho Panza. Las
cartas son un testimonio vivo de la lengua hablada por los campesinos en el
siglo XVII en España. La catedrática de la Universidad de Madrid Elena Catena las estudia en: Un comentario de texto para estudiantes extranjeros: Carta de Teresa
Panza a Sancho Panza, su marido. El comentario de textos. Ed. Castalia. Lo
primero que destaca en la carta de Teresa es la espontaneidad con la que se
expresa. Las causas que provocan las reacciones temperamentales son básicamente
dos: la noticia de la propia carta y saber que Sancho es gobernador.
La sorpresa de la carta la
exterioriza con expresiones tan emotivas como “no faltaron dos dedos para
volverme loca de alegría…cuando yo llegué a oír que eres gobernador, me pensé
allí caer muerta de puro gozo, que ya sabes tú que dicen que así mata la
alegría súbita como el dolor grande”. También Sanchica, su hija, se conmociona
de tal manera que “se le fueron las aguas (se orinó) sin sentirlo de puro
contento”.
Teresa le manifiesta la duda que
tuvo cuando le dijeron que era gobernador, porque “¿quién había de pensar que
un pastor de cabras había de venir a ser gobernador de ínsulas?”, pero los
regalos que le trajo el paje confirmaban lo que le decían. Además de la certeza de los regalos, se lo
confirma la propia cultura popular que ha vivido: “Ya sabes tú, amigo, que decía
mi madre que era menester vivir mucho para ver mucho”.
Le expresa su deseo de ver a su
marido administrando dinero porque podría contribuir a salir de la pobreza: no
pienso parar hasta verte arrendador o alcabalero (arrendador de impuestos), que
son oficios que aunque lleva el diablo a quien mal los usa, en fin en fin,
siempre tienen y manejan dineros”. Con la expresión “en fin en fin”, da a
entender que hay que comprender que algo de dinero le pueda quedar.
Apela a la duquesa para
transmitirle el deseo que tiene de ir a la corte; lo hace con cierta “diplomacia
conyugal”, dejándolo a su discreción: “mírate en ello y avísame de tu gusto,
que yo procuraré honrarte en ella andando en coche”.
Teresa le cuenta cómo ha sido
recibida la noticia de su nombramiento de gobernador en el pueblo: nadie se lo
cree. Los que antes se han reído de Sancho y don Quijote son los burlados, y
ella se ríe de ellos: “Yo no hago sino reírme y mirar mi sarta y dar traza del
vestido que tengo de hacer del tuyo a nuestra hija”.
Después le hace una crónica de lo
que ha ocurrido en el pueblo mientras ha estado ausente: la Berruca casó a su
hija con un pintor de mala mano…que ya ha dejado el pincel y tomado la azada;
el hijo de Pedro de Lobo se ha ordenado de grados…con intención de hacerse
clérigo: súpolo la Minguilla …y hale puesto demanda de que la tiene dada
palabra de casamiento. Sanchica hace encaje y “gana cada día tres maravedís. La
fuente de la plaza se secó, un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas”
(no me importa nada).
Con la carta hemos visto la vida
del pueblo en la novela, también las aspiraciones de una humilde campesina:
marcharse a la ciudad
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