Don Quijote cuando salió de
Barcelona recordó el lugar en el que había sido vencido, diciendo !Aquí fue Troya!, (Aquí se acabó mi suerte), manifestando a continuación un sentimiento de tristeza y melancolía. Sancho trató de animarlo diciéndole que no había que estar pesaroso por lo que nos
acontece, pues todo era obra de la Fortuna, y ésta es “una mujer antojadiza, y sobre todo ciega, y, así, no ve lo que hace,
ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza”. Don Quijote, después de
elogiarle a Sancho su manera de hablar, le contesta que discrepa de lo que
dice, pues “no hay Fortuna en el mundo,
ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por
particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que
cada uno es artífice de su ventura.”. Dice que ha sido vencido porque
debería haber pensado que el débil Rocinante no podría hacerle frente al
poderío físico del caballo de la Blanca Luna. Se siente humillado en su honra, porque
fue vencido y la perdió; sin embargo, “no perdí, ni puedo perder, la virtud de
cumplir mi palabra.”
Sancho se quejó de lo fatigoso que era hacer
el camino a pie porque el rucio llevaba las armas; por eso le propuso a don
Quijote que las armas e incluso Rocinante los deberían dejar colgados de algún
árbol, a lo que don Quijote respondió que no lo permitiría, porque no se diga
que “a buen servicio, mal galardón!”
(refr. “los ingratos no reconocen la ayuda recibida”). Sancho reconoció que
tenía razón don Quijote y le contestó que le parecía muy bien, porque “la culpa del asno no se ha de echar a la
albarda” ( refr. “algunos por disculpar sus errores, los atribuyen a otros
que no han tenido que ver con ellos”).
Con este tipo de diálogos se les
pasó cuatro días; al quinto divisaron varias personas en la puerta de un mesón.
Cuando llegaron, un labrador le pidió a don Quijote que diero estaba gordo y pesaba once arrobas (ciento
veintisiete kilos), mientras que el otro sólo pesaba cinco arrobas (cincuenta y
ocho kilos). El gordo le pedía al flaco que corriera cargado con seis arrobas (sesenta
y nueve kilos) de hierro para igualar el peso. Don Quijote le dijo a Sancho que
respondiera porqa su opinión sobre una apuesta que dos vecinos se habían echado sobre quién corría más rápido. Unue “no estoy para dar
migas a un gato” ( prov. “no estoy para nada). Sancho les dio la solución: el gordo debería
de adelgazar seis arrobas (sesenta y nueve kilos). Los aldeanos elogiaron la
respuesta, cancelaron la carrera y se fueron a la taberna a gastarse en vino la
apuesta.
Los labradores, -con cierta
ironía, pues hablaban con dos personas que no eran jóvenes-, comentaron que si ambos: amo y criado, fueran a estudiar a
Salamanca, pronto los veríamos como alcalde o
magistrado, pues “todo es
estudiar y más estudiar, y tener favor y ventura; y cuando menos se piensa el
hombre, se halla con una vara en la mano o con una mitra en la cabeza.” Previamente habían invitado a don Quijote y a Sancho a beber vino en la taberna.
Don Quijote y Sancho, que habían
declinado la invitación de beber con los lugareños, continuaron su camino.
Durmieron esa noche en medio del campo. Al día siguiente se encontraron a un
hombre que llevaba unas alforjas al cuello y un chuzo (palo con un pincho usado como arma) en la mano. Era Tosilos
(II, 54, 56), el lacayo del duque, que iba a Barcelona, con cartas de su señor
para el virrey. Les contó que por desobedecer al duque recibió cien palos; que
la hija de doña Rodríguez entró en un convento, y que doña Rodríguez se volvió a Castilla.
Los invitó a que compartiesen con
él un poco de vino y unas lonchas de queso de Tronchón. Rehusó don Quijote
porque no quería comer con un personaje que estaba encantado. Sancho se quedó
con él para comer y beber. Le dijo Tosilos a Sancho “Este tu amo, Sancho amigo,
debe de ser un loco. ¿Cómo debe?
–respondió Sancho-. No debe nada a nadie, que todo lo paga, y más cuando la
moneda es locura. Asegura Sancho que se lo dice a don Quijote, pero que de nada
vale, “y más ahora que va rematado, porque va vencido del Caballero de la
Blanca Luna”.
Comentario
1. El cervantista Carlos Romero Muñoz, cuando comenta este capítulo, interpreta que las intervenciones de un Sancho filósofo tienen que ver con la crítica que Cervantes le hace al Avellaneda al pintarnos este último un Sancho zafio, grosero y de mal comportamiento con su amo.
2. Otras interpretaciones. -Se inicia el capítulo con un
problema que aún sigue estando vivo. Se trata del determinismo en la persona,
frente al indeterminismo o libre albedrío. Sancho, a su manera, parte de un
punto de vista determinista. Estamos sometidos a la ley del azar o de la
Fortuna. La describe como “una mujer antojadiza, y sobre todo ciega y, así no
ve lo que hace, ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza”. Él cree que no podemos hacer nada frente a
ella, por lo tanto, hay que aceptarla y ponerle buena cara: “cuando era
gobernador estaba alegre, ahora que soy escudero de a pie no estoy triste”. Frente
a esta postura se sitúa el libre albedrío o capacidad que tiene la persona para
hacer opciones libres de ciertos tipos
de restricciones. La literatura Española de esta época está impregnada del
libre albedrío. Desde este punto de vista entiendo que se ha de leer este
capítulo. La doctrina del libre albedrío fue defendida en la época por el
jesuita Luis de Molina. Trató de conciliar la predeterminación con la libertad,
planteando que el hombre viene de Dios en cuanto a su ser y del propio hombre
en cuanto a su manera de ser. Es decir, estamos determinados por Dios, pero
elegimos la forma de actuar. Don Quijote ha discrepado de Sancho, y sostiene
una tesis similar a los planteamientos de Molina. No hay Fortuna en el mundo,
-nada está determinado-. Lo que sucede es “por particular providencia de los
cielos; “cada uno es artífice de su ventura”. Lo anterior corresponde a la
tesis defendida por el jesuita Molina. Era la aceptada por la Iglesia. Para
muchas teorías modernas, si tomamos a Dios por la naturaleza, el 50%
correspondería a Dios o naturaleza y el 50%, a la voluntad humana.
Otro aspecto que se destaca en el capítulo
tiene que ver con la descripción que de sí mismo realiza don Quijote. Nos da a
entender que lo que le importa no son los éxitos, sino el esfuerzo de obrar y
cumplir su palabra. Decepcionado porque lo había vencido el caballero de la
Blanca Luna, le dice a Sancho:
“Atrevime, en fin; hice lo que
pude, derribáronme, y, aunque perdí la honra, no perdí, ni puedo perder la
virtud de cumplir mi palabra”.
Cierta consideración educativa es
la que tienen las palabras de los labradores cuando Sancho ha resuelto el
pleito de los corredores: “estudiar y más estudiar, y tener favor y ventura; y
cuando menos se piensa el hombre, se halla con una vara en la mano o con una
mitra en la cabeza”. Cervantes, como
dice el profesor de la Universidad de Nueva York Daniel Eisenberg, en La
interpretación cervantina del Quijote,
“creía firmemente que la literatura tenía que ser didáctica, que no
solamente tenía que entretener y producir un placer estético, sino que también
tenía que educar”
En el encuentro con Tosilos,
vuelve a salir de nuevo la locura. El ingenio de Sancho se pone de manifiesto
una vez más en el uso de debe,
expresando probabilidad:” debe de ser”. Frente a éste se sitúa el “debe”, de
tener deudas: ¿cómo debe?; “no debe nada
a nadie, que todo lo paga”
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