Cuando terminaron de comer continuaron su camino y llegaron nuevamente a la venta de Juan Palomeque, el Zurdo. De inmediato los saludaron el ventero, la ventera, su hija y Maritornes. Don Quijote pidió un camaranchón que fuese mejor que el anterior. Se lo dio la ventera, no sin antes pedirle que lo pagara, y se acostó a descansar.
La ventera, de inmediato le pidió al barbero las barbas que le había dejado, insinuando, en un doble sentido sexual, que las de su marido estaban por el suelo. Se las dio el barbero, a ruegos del cura.
En la sobremesa, la ventera contó lo del manteamiento de Sancho, aprovechando que este no estaba presente. Hablaron de la locura de don Quijote y el cura aprovechó la conversación para explicar el efecto de los libros de caballerías en su enfermedad. Cuando el ventero oyó lo de los libros de caballerías, los elogió extremadamente, pues era frecuente en los días de siega que algún segador leyese para los demás, y lo pasaban tan bien que según el ventero nos quita mil canas (nos quita años y preocupaciones); la ventera dice que es el único tiempo en que descansa, pues no riñe con su marido; para Maritornes son libros muy entretenidos, especialmente cuando una doncella vigila mientras está su señora con su amante; a la hija le gustan porque la enternecen las separaciones de los caballeros con sus señoras.
Pidió el cura ver los libros de caballerías y el ventero les trajo tres: Don Girongilio de Tracia, Felixmarte de Hircania y, la Historia del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba con la vida de Diego García de Paredes. El cura reprobó los dos primeros por mentirosos y disparatados y aprobó el último porque trataba de cosas que habían ocurrido realmente. El ventero que ya sabía la quema de los libros de don Quijote, probablemente contado por el cura cuando estuvo allí, le preguntó que si sus libros eran herejes o flemáticos, el barbero lo corrigió, diciéndole que se dice cismáticos.
El ventero cuenta algunas de las historias de estos libros, como el caso de Felixmarte, que “de un revés partió cuatro gigantes, así como irracionalidades de otro tipo. Con tal vehemencia lo contaba que Dorotea le dijo a Cardenio que poco le faltaba al bueno del ventero “para hacer la segunda parte de don Quijote”. El cura volvió a rebatirle la calidad de dichos libros, pues sólo servían para entretener; todo lo que contaban era falso. El ventero, que no se creía las razones del cura, contestó: A otro perro con ese hueso ( se repele algo que no nos gusta o consideramos desagradable), sé dónde me aprieta el zapato (sé lo que me gusta); no soy nada blanco (no soy tonto) Justificó lo anterior con el argumento de que esos libros no podían decir “disparates y mentiras”, porque tenían licencia del Consejo Real. (El ventero pensaba. al igual que don Quijote, que al ser aventuras que estaban escritas eran verdaderas, hechos propios de una insuficiente alfabetización)
El cura le explicó que en las repúblicas bien concertadas existen juegos de ajedrez, de pelota y de trucos para entretener a algunos que ni tienen, ni deben, ni pueden trabajar (se refiere a lo nobles, que tenían prohibido el trabajo manual). También se permite imprimir estos libros, pensando que la gente no los toma por verdaderos. Contestó el ventero que no se le ocurriría hacerse caballero andante, pues sabía que eso había existido en épocas pasadas, pero no ahora. Oído lo anterior, Sancho pensó que una vez que terminara esta aventura de don Quijote, lo dejaría y se volvería a su casa.
Se llevaba la maleta el ventero y le pidió el cura ojear los libros. Vio uno, cuyo título decía Novela del Curioso Impertinente (El término novela tiene en esta época el sentido de relato corto. La acepción moderna no se generaliza hasta el siglo XIX. Este género procede de Italia y Cervantes se enorgullecía de ser el primero que había novelado en lengua castellana). Lo abrió y le pareció bueno. Todos los presentes le rogaron que lo leyera para que todos lo oyeran.
Comentario
Los desatinos lingüísticos del ventero –flemáticos por cismáticos- refuerzan una vez más la tesis de Lázaro Carreter, explicada en el capítulo anterior.
Interesante es este capítulo para recordar una vez más la opinión de Cervantes sobre los libros de caballerías. Hablando por boca del cura nos dice que “son mentirosos y están llenos de disparates y devaneos”. A continuación añade que “si me fuera lícito ahora y el auditorio lo requiera, yo dijera cosas acerca de, lo que han de tener los libros para ser buenos, que quizá fueran de provecho y aun de gusto para algunos”. Lo anterior es un indicio de lo que Cervantes nos dirá más adelante sobre lo que han de tener los libros para “ser buenos”.
Los personajes de la venta que leen estos libros: Dorotea, el ventero y su familia, junto con Maritornes, son rústicos e ignorantes. Algunas de las cosas que enseñan estos libros aparecen aquí: Maritornes lo pasa bien imaginándose cómo tienen relaciones sexuales personas que no están casadas; estas relaciones son muy placenteras; el ventero, cuando lee estos libros se olvida de su mujer; la hija se enternece porque las mujeres hacen sufrir a los hombres: “si fueran honradas, cásense con ellos”. Lo anterior serían razones negativas para Cervantes. Sin embargo el entretenimiento tiene cabida: ahí están “los juegos de ajedrez, de pelota y de trucos”.
Los personajes de la venta funcionan para acrisolar, una vez más, los aspectos negativos de los libros de caballerías que el ventero ha presentado.
Unamuno, de quien ya he hablado anteriormente, cuando analiza este capítulo, está a favor del ventero porque se ha quijotizado. Lee libros de caballerías, que encarnan la fe. En este sentido se convierte en un quijote más. Ya sabemos que para este escritor, don Quijote, que es el ejemplo del hacer, es más importante que su propio creador: Cervantes. El Quijote de Unamuno es la viva representación de muchísimas personas que viven por un ideal. En torno a ese ideal gira su vida. El vivir, según Unamuno –El sepulcro de don Quijote-, consiste en buscar un ideal. Buscar a don Quijote y” mientras se busca lo que hay que hacer es ¡Luchar!, ¡Luchar!”.
La profesora Sylvia Roubaud, especialista en libros de caballerías comenta este capítulo destacando la lección final que da el ventero Juan Palomeque de que le gustan los libros de caballerías y que ha leído muchos, pero no por eso se le ocurre hacerse caballero andante. Por lo tanto, no siempre los libros trastornan el juicio: hay que saber aprovecharlos.
Se sitúa el capítulo en la venta de Juan Palomeque el Zurdo. Un lugar en el que ya habían estado don Quijote y Sancho en los cap. I, 16 y 17; así como el cura y el barbero en I, 26 y 27. Todos van a permanecer en la venta hasta el I,46.
El núcleo del capítulo es la conversación que el cura, actuando como "escrutiñador", tiene con el ventero sobre los libros de caballerías. Se hace el cura portavoz de los tratados de preceptiva literaria de la época, pero como señala la profesora Roubaud, Cervantes plantea el tema, no entre gente culta, universitaria y aristocrática, sino que en el tema participa gente humilde como el ventero, su mujer, su hija, la criada Maritornes y Dorotea. El cura destaca los libros de biografía como el de El Gran Capitán, frente a otros que no enseñan nada.
Por último, hemos de destacar las valoraciones que hace el lector en función del sexo y de la edad: para las mujeres como Maritornes, Dorotea y la hija de ventero, les agrada las escenas sentimentales y de amor.; para los hombres, como Juan Palomeque, las hazañas guerreras.
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