sábado, 7 de abril de 2012

SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO LXII. DON QUIJOTE ANTE EL ESCARNIO SOCIAL




El caballero que recibió a don Quijote se llamaba don Antonio Moreno: "un caballero rico y discreto y amigo de holgarse a lo honesto y afable". Quería que la gente conociera sus locuras, pero estaba preocupado por si ocurría algo, porque “no son burlas las que duelen, ni hay pasatiempos que valgan, si son con daños de terceros”, por lo tanto, lo primero que hizo fue hacer desarmar a don Quijote y sacarlo a un balcón para que la gente lo viese.

Se sentaron a comer ese día don Antonio, varios de sus amigos, don Quijote y Sancho; don Antonio, en alusión al falso Quijote, le dijo a Sancho que por allí se decía que “era tan amigo de manjar blanco (dulce de pechuga y de gallina, leche y azúcar) y de albondiguillas, que si sobran las guardáis en el seno para el otro día” (que era comilón y sucio;  Antonio Moreno se refiere al episodio que Avellaneda cuenta en el capítulo 12 del Quijote Apócrifo)). Él respondió que no era verdad, pues era más limpio que goloso;  lo que si era cierto es que actuaba de acuerdo con el refrán: si te dan la vaquilla, corre con la soguilla (no dejo pasar una buena oportunidad). Don Quijote elogió la limpieza de Sancho cuando comía y añadió que sus formas de comer mejoraron desde que fue gobernador. Desconocía don Antonio lo del gobierno de Sancho y éste contestó: “Diez días la goberné (Barataria) a pedir de boca; en ellos perdí el sosiego y aprendí a despreciar todos los gobiernos del mundo”.

Terminada la comida don Antonio llevó a don Quijote a una sala en la que había una mesa con pies de jaspe, que tenía en el centro un cabeza de bronce que, según don Antonio, respondía a las preguntas que le hacían. Lo podría comprobar al día siguiente, sábado, para interrogarla porque los viernes estaba muda.

Aquella tarde sacaron a pasear a don Quijote, no armado, vestido con un balandrán de paño leonado, que haría sudar al mismo hielo,  y subido en un mulo, lo pasearon por las calles de Barcelona. Le habían cosido al balandrán (vestimenta larga y ancha parecida al gabán), por la espalda un pergamino en el que se leía: “Éste es don Quijote de la Mancha”. Don Quijote se admiraba de que todos lo conocieran. Se lo dijo a don Antonio y éste contestó que “la virtud no puede dejar de ser conocida, y la que se alcanza por la profesión de las armas resplandece y campea sobre todas las cosas”.

Un castellano que ya lo conocía le dijo que iba contagiando locura por donde pasaba, que se marchara a su casa y se preocupara de su hacienda, de su mujer y de sus hijos. Don Antonio le contestó: “no deis consejos a quien no os lo pide” y “la virtud se ha de honrar donde quiera que se hallare”. El castellano, desanimado, respondió que aconsejar a don Quijote era “dar coces contra el aguijón” (vara con la que se arrea a las bestias, es decir, obstinarse en luchar contra aquello que no puede ser vencido. Lo único que conseguiremos es perjudicarnos ). Siguieron paseando y la gente se apiñó tanto para verle que don Antonio tuvo que quitarle el pergamino.

Aquella noche llevaron a don Quijote a un sarao ( la fiesta, el baile)  que había organizado la esposa de don Antonio en su casa. Entre las asistentas había algunas picaronas y burlonas que con atrevidos requiebros sacaron a bailar a don Quijote; viéndose totalmente acosado, alzó la voz y dijo:  ¡Fugite, partes adversae!  (¡Huid, enemigos!, fórmula del exorcista para ahuyentar al demonio).  Les pidió que lo dejaran tranquilo, pues su corazón era de Dulcinea y, extenuado, se sentó, desgarbado y torpe  en el centro de la sala. Sancho lo llevó a su aposento y lo acostó.

Al día siguiente, don Antonio, con algunos amigos, y con don Quijote y Sancho les estuvieron haciendo preguntas adivinatorias a la cabeza encantada. Todas las contestó con gran ingenio y sorpresa de los presentes.  Una de las mujeres le preguntó que si su marido la quería bien o mal. La cabeza le respondió que mirara las obras que le hacía. La mujer añadió que la respuesta era obvia, pues “las obras que se hacen declaran la voluntad que tiene el que las hace”.  Otra mujer le preguntó que qué tenía que hacer para ser muy hermosa. La cabeza le contestó: “Sé muy honesta”. Don Quijote y Sancho le preguntaron sobre la Cueva de Montesinos, el desencanto de Dulcinea y el gobierno de la ínsula, pero las respuestas les dejó insatisfechos, especialmente a Sancho.

Cide Hamete dijo que la fama de la cabeza encantada se había extendido por Barcelona; don Antonio, para desterrar misterios y sorpresas, y seguir los dictados de “los oídos de las despiertas centinelas de nuestra fe”  (de la Inquisición), que le habían ordenado que dijese dónde estaba el secreto y así evitar que el vulgo ignorante se escandalizase;  tanto la cabeza como el pie de la mesa eran huecos. A través de ese hueco, y desde la cabeza a otra habitación inferior, había un cañón de hoja de lata,  por el que hablaba y escuchaba un sobrino de don Antonio, estudiante agudo y discreto.

Al día siguiente salió don Quijote a pasear por la ciudad acompañado de Sancho. Vio una imprenta y entró. Entabló conversación con el autor de la traducción  de  le bagatele; don Quijote le preguntó por el significado en castellano y el autor dijo que los juguetes. don Quijote le hizo burlescos elogios de sus trabajos. Comparó las traducciones con tapices mirados al revés, por lo mal que estaban hechas. Entre los libros que había en la imprenta se encontraba uno titulado Segunda parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal, vecino de Tordesillas ( Aunque con pie de imprenta y documentación de Tarragona, el Quijote apócrifo debió de confeccionarse, materialmente en Tarragona, en los talleres de Sebastián de Cormellas,( F.Rico. )) Le lanzó improperios y dijo que su San Martín se le llegará como a cada puerco  (ya le llegará la hora de su castigo, en alusión al refrán “A cada puerco le llega su San Martín, por la matanza del cerdo, que se produce en el mes de noviembre). Dicho esto, con muestras de despecho, salió de la imprenta. Aquel mismo día, acompañado de don Antonio, fue a ver las galeras que estaban en la playa.

El capítulo tiene, entre otras, las siguientes lecturas:
1. La que realiza el profesor Martín de Riquer sobre este capítulo; focaliza su atención en el episodio de la cabeza encantada. En este episodio, que no es esencial para el propósito de la novela: "realizar una sátira de la literatura caballeresca", sin embargo conviene centrarse en ciertas ideas que apunta Cervantes para entender situaciones que se daban en la España de la época: una descripción de cómo se comportaba la Inquisición con todo lo que tenía que ver con la adivinación: ésta estaba prohibida por las consecuencias que podía tener sobre las gentes. Por esta razón se apresura Cervantes a revelar el truco de la adivinación, dado que la adivinación se había extendido por Barcelona. La adivinación se consideraba un pecado grave, sólo era un pecado venial si "explícitamente se consideraba un juego inocente". Por eso Cervantes empieza el capítulo diciendo que don Antonio Moreno era "amigo de holgarse a lo honesto y afable".
Otro de los aspectos que señala Martín de Riquer es la visita de don Quijote a la imprenta y encuentra que están corrigiendo la segunda parte del Quijote de Avellaneda. Cervantes le lanza una dura crítica y "nos muestra su genialidad al hacer que convivan el autor apócrifo y su mundo con la continuación del Quijote cervantino; de esta manera podía criticarlo, mejor.


2.      Desde el ámbito del realismo filosófico, según la interpretación de Alexander Parker en “El concepto de verdad en el Quijote”, nos preguntamos por qué don Quijote es tratado de esta manera por don Antonio, sus amigos y las damas. La respuesta parece clara: para divertirse. Se burlan de don Quijote porque les interesa pasar un rato placentero a costa de las simplezas y locuras del Caballero. Esta es la verdad que se impone en la novela. Las personas obran movidas por sus intereses. A deformar la verdad contribuyen las opiniones y las estrategias de las  personas. La cabeza de bronce puede engañar a las personas sensatas e inteligentes: “había sido fabricada por uno de los mayores encantadores y hechiceros que ha tenido el mundo”.  A don Quijote lo viste y lo saca al balcón don Antonio, “a vista de la gente y lo muchachos, que como a mona lo miraban”, para que todos se rieran.  Los personajes del capítulo, a excepción del castellano, mienten. Éste le aconseja que se vaya a su casa, pero lo hace de tal manera que, incluso, el lector se molesta por la forma de decírselo.  La verdad existe, pero en la vida, como nos dijo don Quijote, en el capítulo XI, “se mezcla el engaño y la malicia con la verdad y la llaneza”.

3.      Desde un punto de vista existencial. Es lo que realiza Casalduero en Sentido y forma del Quijote. Las acciones del capítulo: en el balcón (presentación grotesca de don Quijote) y sobremesa (visión picaresca que de Sancho se da en el Quijote apócrifo); primera aparición de la cabeza encantada; paseo de don Quijote a caballo, sin Sancho; sarao de las damas; cabeza encantada; paseo de don Quijote a pie con Sancho. Son siete pasos, siete estaciones. Estamos viviendo la befa y el sentimiento de la pasión.” Una línea similar de análisis es la que realiza Unamuno en Vida de don Quijote y Sancho: "!Pobre don Quijote, paseado por la ciudad con tu ecce homo a espaldas! Ya estás convertido en curiosidad ciudadana".

4.   En la última parte del capítulo, Cervantes focaliza la narración en una imprenta. Nos presenta la tecnología de la información de su tiempo y cede el punto de vista al autor de un libro que se estaba imprimiendo. Al preguntarle don Quijote por el título, le contesta el autor que se llama Le bagatelle; le pregunta que si lo imprime por su cuenta o lo tiene vendido a algún editor, respondiendo  el autor que lo produce por su cuenta, pues de esta manera piensa ganar "mil ducados". Don Quijote atisba el error en el que está el autor y le contesta !Bien está vuesa merced en la cuenta! El autor no entiende la ironía de la frase y afirma: "Yo no imprimo mis libros para alcanzar fama en el mundo...provecho quiero, que sin él no vale un cuatrín la buena fama". Este escena la elucida
 el catedrático de Filología Románica de la Universidad de Madrid Lucía Mejías en op.cit. Vol.II, diciendo que es "la historia literaria de cientos de escritores que se acercaron y convivieron en la corte literaria de los siglos XVI y XVII. Lo que hace singular a Miguel de Cervantes del resto de escritores de su tiempo es que a esta altura de su vida, los últimos años, el motivo que lo impulsa a escribir no es una mejora de su situación personal", pues Cervantes tenía su propio editor, Francisco de Robles, sino pensar en el futuro "en la segunda vida, que no es otra que la Fama"




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