El tiempo del gobierno de Sancho
se pasó rápidamente. Por esta razón nos cuenta el narrador que el autor Cide
Hamete reflexionó con gran cordura en los siguientes términos: “Pensar que en esta vida las cosas de ella
han de durar siempre es pensar en lo excusado, antes parece que ella anda todo
en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al
estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera ( Según la división tradicional del año agrícola en cinco estaciones , con el estío entre el verano y el otoño) ,
y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana
corre a su fin ligera más que el viento, sin esperar renovarse si no es en la
otra, que no tiene términos que la limiten”.
Cansado de juzgar y de dar
pragmáticas y con hambre por la rigidez de las dietas, se había acostado Sancho
la séptima noche de su estancia en la ínsula cuando fue despertado por un gran
estruendo de campanas, voces, trompetas y atambores. Se levantó a ver qué
ocurría y se encontró con más de veinte personas que, con antorchas, venían hacia él, diciéndole que la ínsula
había sido invadida y que, como gobernador, debía dirigirlos en su defensa. Les
argumentó que desconocía los temas de las armas, pero no consiguió disuadirlos.
Le colocaron dos paveses ( dos escudos grandes, que cubrían todo el cuerpo), uno
delante y otro detrás, se los ataron con cuerdas, y por unos agujeros le sacaron los brazos; le
dieron una lanza y le pidieron que los animase a todos, pues siendo él su norte, su lanterna y su
lucero, tendrían buen fin sus negocios”. Sancho quedó “como galápago, encerrado
y cubierto en sus conchas, o como medio tocino metido entre dos artesas (cajón rectangular, por lo común de madera , estrecho en el fondo y sirve para amasar el pan), o bien
como barca que da al través en la arena”. Intentó caminar y cayó al suelo; se
apagaron las antorchas, con grandes voces, llamando a las armas, pasaban por encima de él; con las espadas
golpeaban sobre los paveses o escudos y él, recogiéndose en el interior como pudo, rogaba
a Dios que se perdiese de una vez la ínsula y terminara la angustia y el
sufrimiento que soportaba.
Se oyeron voces de “!victoria!”;
levantaron a Sancho, pidió un trago de vino y, tras beberlo, se desmayó del miedo que había pasado.
Cuando se despertó estaba
amaneciendo; empezó a vestirse y, “sepultado en un enorme silencio”, se fue a
donde estaba el rucio y con lágrimas en los ojos le dio un beso de paz ( beso que se da en la misa en señal de hermandad) en la
frente; recordó lo feliz que era cuando sólo se preocupaba de cuidarlo, pero
que desde que lo dejó y “me subí sobre
las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma
adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos”
Subido en el rucio, pidió que le
abrieran paso y se despidió diciendo: “dejadme volver a mi antigua libertad”; “Bien se está San Pedro en Roma: quiero
decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido”. Les
sigue diciendo que quiere vivir en su libertad y que “sin blanca entré en este
gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores
de otras ínsulas”. El doctor Pedro Recio le pidió que se quedara, prometiéndole
darle de comer lo que quisiera, pero Sancho contestó: “Tarde piache” (Tarde te quejas);”No son estas burlas para dos veces”. No deseaba más ser gobernador,
argumentándoles que deseaba seguir como antes estaba: “Quédense
en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para
que me comiesen vencejos, en alusión al refrán, “Por su mal le nacieron
alas a la hormiga (algunas cosas que por sí son buenas, pueden ser motivo de
desgracia); Cada oveja con su pareja
( la persona debe relacionarse sólo con los de su clase); Nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana (nadie
debe querer ir más allá de sus capacidades).
El mayordomo ensalzó su ingenio y
su cristiano proceder. Sancho les pidió un poco de cebada para el rucio y medio
queso y medio pan para él. Se despidió llorando, los fue abrazando a todos y se
dirigió al castillo de los duques.
Comentario
a) El historiado francés Jean Marc Pelorson cuando comenta este capítulo distingue: a) La reflexión de narrador Cide Hamete Benengeli sobre la vida: nada perdura, todo es vanidad; la burla y maltrato que le hacen a Sancho los insulanos y la decisión de este de marcharse tan pobre como llegó; b) Lo anterior constituye un triunfo espiritual de Sancho: al contrario de lo que ocurre con los gobernantes en la realidad, Sancho se marcha pobre; c) Destaca Pelorson el fracaso de Sancho como soldado para defender Barataria. La labor del gobernador no es solo "dar leyes", sino "defender provincias o reinos". Sancho fracasa como capitán, incapaz de enfrentarse con una sedición armada. Lo anterior, confirma la idea que Cervantes expuso en su famoso discurso de las armas y las letras, en la primera parte ( 38, 1): el valor guerrero es insustituible. Lo anterior, es una crítica contra los letrados de la época, que usurpan cargos que pertenecen a los soldados.
b)
La experiencia de la práctica del gobierno de
Sancho en la ínsula. Quería ser gobernador porque deseaba salir de la miserable
vida de labrador que tenía. Ha gobernado concienzudamente, cumpliendo en todo
momento con su responsabilidad. Lo que ha obtenido es cansancio y fatiga por
tomarse su tarea con la rectitud que el gobierno exige. Esto, y el hambre que
le hace pasar el doctor Pedro Recio de Tirteafuera, pero especialmente la burla
de verse inmovilizado en el suelo, entre dos escudos, con todos los insulanos
pasando por encima de él, le han dado una lección que no quiere que se repita.
Por eso le contesta al médico “Tarde piacho” (Tarde te quejas) cuando se le pide que se quede;
persistiendo en ello con las razones populares de los refranes: “Quédense en
esta caballeriza las alas de la hormiga”; “Cada oveja con su pareja”; “Nadie
tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana. La lección que ha sacado
es clara: él no nació para gobernar.
c)
El capítulo se inicia con una reflexión sobre la
ligereza de la vida presente, que camina inexorablemente hacia la muerte, sin posibilidad
alguna de renovarse, frente a la duración de la vida eterna. Esta reflexión le
sirve a Cervantes para ironizar sobre la brevedad del gobierno de Sancho, que
se acabó, se consumió y se deshizo “en sombra y en humo”. En coherencia con la
premisa principal, la ligereza e inestabilidad de la vida presente, las
angustias y sufrimientos de Sancho terminan cuando éste intuye que tiene que
buscar la libertad que le dio su vida anterior. Se da entrada al Beatus ille horaciano. Frente a la
inquietud y desesperación que conllevan la vida de gobierno y el poder, por las
cuales “me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro
mil desasosiegos”, la paz y la tranquilidad de la vida alejada del mundo de la “ambición
y de la soberbia”. Sancho lo expresa simbólicamente con el “beso de paz en la
frente” que le dio a su rucio, al alejarse de la prisión en la que se
encontraba y rencontrarse con la imagen de la libertad social en la que creció.
No hay comentarios:
Publicar un comentario