Para desmentir
al autor del falso Quijote, el Ingenioso Hidalgo se dirigió a Barcelona. Al
final del sesto día, les llegó la noche y se pararon a descansar. Sancho se
durmió en seguida, pero don Quijote no podía pegar ojo; sus pensamientos iban
de un lugar a otro, siempre pensando en Dulcinea: “Ya le parecía hallarse en la
cueva de Montesinos, ya ver brincar y subir sobre su pollina a la convertida en
labradora Dulcinea, ya que le sonaban en los oídos las palabras del sabio Merlín
que le referían las condiciones y diligencias que se habían de hacer y tener en
el desencanto de Dulcinea”. A la vista de que Sancho apenas se había azotado,
llegó a la conclusión de que lo haría él mismo. Cogió las riendas de Rocinante
para azotarle y empezó a quitarle a Sancho las cintas de sus greguescos. Sancho
se despertó y, al darse cuenta de lo que don Quijote se proponía, se enfrentó a
él, le echó la zancadilla y lo tiró al suelo; le puso la rodilla en el pecho y
le obligó a que le prometiera que jamás intentaría azotarlo. Don Quijote
respondió que jamás volvería a hacerlo y que quedaba en libertad para que se
azotase cuando quisiese.
Sancho se retiró
a descansar en otro lugar; cuando se aproximó a un árbol, se dio cuenta de que
lo rozaban unos pies. Lo mismo ocurría en los otros árboles. Asustado, llamó a
don Quijote y éste le contestó que se trataba de bandoleros a los que la
justicia había ahorcado, por lo cual entendía que estaban próximos a Barcelona.
Empezaba a
amanecer y, de pronto, se vieron rodeados por cuarenta bandoleros. Don Quijote
estaba desarmado y no tuvo más remedio que inclinar la cabeza y tener
paciencia. Comenzaron a quitarles sus
pertenencias. Sancho, que se había guardado las monedas que le entregaron en la
casa del duque, en una faja, fue registrado. Cuando se las iban a quitar llegó
el jefe de la banda, Roque Guinart ( El personaje histórico se llamaba Perot Roca Guirnalda había nacido en 158 y mandó en la comarca cerca de Barcelona donde lo encuentra el Quijote) y les ordenó a sus hombres que devolvieran lo
que les habían robado. Don Quijote se presentó y Guinart se alegró de conocerlo
porque había oído hablar mucho de él. Al verlo alicaído, lo animó diciéndole
que no se preocupara, pues a veces hay tropiezos que sirven para cambiarle a la
persona la suerte, porque “el cielo, por
extraños y nunca vistos rodeos, de los hombres no imaginados, suele levantar los
caídos y enriquecer los pobres”.
Estaban en esta
situación cuando llegó hasta ellos una mujer vestida de hombre. Se trataba de
Claudia Jerónima, hija de un amigo de Roque, llamado Simón Forte. Llegaba allí
para pedirle a Roque que la ayudara a pasar a Francia. Había dejado malherido
al hombre que le había dado palabra de casarse: don Vicente Torrellas. Se veían
a escondidas del padre de ella, “porque
no hay mujer, por retirada que esté y recatada que sea, a quien no le sobre
tiempo para poner en ejecución y efecto sus atropellados deseos.” Don
Quijote se ofreció a ayudarla, pero Roque partió con ella de inmediato en busca
de don Vicente. Estaba agonizando y dio pruebas de que era falso que se fuera a
casar con otra; fue víctima de un rumor sin fundamento. En prueba de su amor la
tomaba allí por esposa y minutos después murió. Martirizada por el hecho,
Claudia entró en un convento. La trama de esta lamentable historia fue tejida
por “las fuerzas invencibles y rigurosas
de los celos”.
Roque volvió a
donde estaba don Quijote. Les ordenó a sus hombres que sacaran todo el botín
que desde el último reparto habían robado. Lo distribuyó prudencialmente. Visto
lo cual dijo Sancho: “es tan buena la
justicia, que es necesaria que se use entre los mismos ladrones”. Quedaron
solos don Quijote, Roque y Sancho. Roque le dijo a don Quijote que se hizo
bandolero por venganza y, “como un
abismo llama a otro (una falta conduce a otra) y un pecado a otro pecado”, desde entonces vivía en riesgo
constante. Don Quijote le respondió que “el
principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer tomar el
enfermo las medicinas que el médico le ordena”. Le dijo que Dios le mandaría
las medicinas que le sanasen, que dejase esa vida y se hiciese caballero
andante; esto provocó una sonrisa en Guinart.
Llegaron dos
bandoleros de Guinart con un grupo de personas que habían apresado. En total
llevaban novecientos escudos. Roque les pidió sesenta para repartirlos entre
sus hombres, porque “el abad de lo que
canta yanta” (el refr. alude a que cada uno vive de su trabajo). Una vez repartido el botín, uno de los bandidos opina que Guinart no ha sido equitativo; esta acusación le cuesta la vida. Los dejó
en libertad y les dio un salvoconducto para que pudieran llegar a Barcelona sin
ser molestados por otras cuadrillas de sus bandoleros.
Guinart, con uno
de los suyos, le mandó una carta a un amigo diciéndole que el día de San Juan
llegaría a las playas de Barcelona el famoso caballero don Quijote de la
Mancha.
Comentario
El catedrático y maestro de medievalistas de la Universidad de Barcelona Martín de Riquer comenta este capítulo, señalando que a partir de él, la novela toma" un nuevo sesgo, nos coloca ante un problema español que preocupa ante nuevos dramatismos". El problema, como apunta F.Rico es que en los reinados de felipe II y Felipe III es que Cataluña sufrió el acoso de partidas de bandoleros que salteaban caminos, pueblos y casas de labor.
Aparece el personaje histórico Roque Guinart, pero "con el hecho insólito, se ofrece una visión extraordinariamente favorable del bandolero catalán. Un personaje que hunde sus raíces en las luchas feudales de dos bandos los "nyerros" y "cadells", pues ante este mal endémico de Cataluña poco podía hacer el virrey".
Con Clara Jerónima aparece la primera sangre que se derrama en el libro; poco después cuando uno de los bandoleros opina que Roque Guinart no ha sido equitativo, encontramos la segunda muerte violenta del bandolero causada por Guinart.
Por último, señala Martín de Riquer que Claudia Jerónima contextualiza la resonancia de otras historias:; la fortaleza de Marcela, la hombría de Dororea, las bodas de Camacho y las peripecias que en breve vivirá el lector con Ana Felix: personajes femeninos que se rebelan contra las limitaciones sociales, deseando mostrar su propia individualidad"
El capítulo se
organiza en torno a las siguientes historias: a) El camino a Barcelona y la
rebelión de Sancho; b) El bosque de los ahorcados y Roque Guinart; c) La
historia de Claudia Jerónima
Para desmentir
al autor que le había hecho vituperios, don Quijote se dirige a Barcelona sin
pasar por Zaragoza. Los días se suceden de manera monótona, pero en la mente de
don Quijote vive constantemente la preocupación por el desencanto de Dulcinea.
Si en las dos primeras salidas, ésta era la luz que lo guiaba, de la que salían
la Belleza, la Justicia y el Bien, por obra de unos encantadores, en la tercera
salida, en el capítulo décimo, en el Toboso, la ve convertida en zafia
labradora. Esta preocupación por el encantamiento de Dulcinea se intensifica
cuando desciende a la Cueva de Montesinos en el capítulo veinte y tres. Se
conoce la forma de desencantarla en el capítulo treinta y cinco cuando Merlín
le dice que Sancho se tiene que dar tres mil azotes.
Era normal que
don Quijote se preocupara por desencantarla, pues los valores que su luz le
transmitía los tenía que recuperar. Llega un momento en que no puede dormir:
“Ya le parecía hallarse en la cueva de Montesinos…desencanto de Dulcinea”. En
estos momentos de desesperación porque Sancho no se azotaba, le viene a la imaginación la forma de romper
el nudo gordiano de Alejandro Magno: “Tanto monta cortar como desatar” (Da
igual una cosa que otra; estas palabras las convirtió Antonio de Nebrija en el lema de Fernando el Católico), por lo que ataría a Sancho y lo azotaría él mismo.
Sin embargo, don Quijote olvidaba uno de los principios que él mismo había
exaltado unos capítulos antes: el de la libertad. La soberanía de decidir uno sin
apremio ni coacción. Además había partido de una premisa falsa: la que, según
Alejandro, vale lo mismo “cortar como
desatar”. Pues no, las formas hay que respetarlas. Por eso Sancho se le rebela. Ni lo puede
maltratar, ni lo puede obligar. Don Quijote creó a Sancho y ahora depende de
él. Estamos unidos y todos dependemos de todos. Esta es la lección que nos
transmite este capítulo.
A lo largo de
estos comentarios me he ido refiriendo a la España del Quijote, a la crisis de
finales del XVI y del XVII, tomando como referencia el artículo del hispanista y catedrático de la Universidad de la Sorbona Pierre Vilar
El tiempo del “Quijote”. Parte de
este capítulo nos introduce también en los tiempos que corren. Cuando don
Quijote y Sancho despertaron una mañana bajo un racimo de bandoleros colgados
“por donde me doy a entender –dice-que estoy cerca de Barcelona”, no se trata
de ningún cuento: es la exacta realidad. Cuando el duque de Alburquerque tiene
que llegar a Barcelona para poner orden por el mucho bandolerismo que había,
tiene que hacerlo por mar, pues los “bandoleros, -como dice el obispo de Vic-,
son más señores de la tierra que el rey”.
Se ha llegado casi a una disidencia. El pueblo, como don Quijote, siente
simpatía por ellos. Les temen menos que a la represión oficial. (Pierre Vilar).
La trágica historia
de Claudia Jerónima, interpuesta en la historia de los bandoleros, es una de
las añadidas en esta segunda parte de la novela. Está motivada por los celos y
nos recuerda la de Anselmo, en El curioso
impertinente (I, 33-35)
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