miércoles, 30 de noviembre de 2011

SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXX. ENCUENTRO CON LOS DUQUES




Cabizbajos y pensativos iban don Quijote y Sancho después de la aventura del barco encantado. Don Quijote, pensando en Dulcinea; Sancho, en lo mal que le iba con su amo, por los disparates que cometía y con ello la pérdida del dinero; por todo esto pensaba pronto regresar a su casa; pero la fortuna dispuso que las cosas transcurriesen de otra manera.

Al día siguiente, cuando salían de un bosque, divisó a lo lejos don Quijote un grupo de cazadores de altanería ( cazadores de cetrería: emplean aves de presa para cazar). Entre ellos resplandecía una gallarda señora, vestida de verde y  subida en un palafrén (caballo manso ) con silla de plata. En la mano izquierda sostenía un azor. Don Quijote le ordenó a Sancho que se presentara a ella y con mucha atención le ofreciese los servicios del caballero de los leones. Especialmente le ordenó que no dijera muchos refranes en su embajada. Sancho, que se sabía con recursos para ejecutar el encargo, contestó que a buen pagador no le duelen prendas (el que tiene razón o medios para realizar las cosas, no le importa comprometerse), y en casa llena presto se guisa la cena (donde hay medios no hay dificultades).

Sancho fue a donde estaba la hermosa señora y cuando llegó se postró de rodillas y en nombre de don Quijote le ofreció sus servicios. Le pidió la duquesa que se levantara, pues había realizado muy bien la embajada y, a continuación, le dijo que ya tenían conocimiento de quién era don Quijote y su escudero, pues su historia andaba escrita en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha; aceptaba complacida tal ofrecimiento y se sentía contenta por tenerlos en sus territorios.

Antes de que don Quijote llegara, la duquesa le había contado a su marido todo lo referente a la embajada de Sancho. Dado que habían leído la primera parte del Quijote, acordaron que, con humor, le seguirían en las peticiones que él hiciera, de acuerdo con lo que habían leído en los libros de caballerías. Llegó don Quijote a donde estaba la duquesa.  Sancho, como de costumbre, fue a bajarse del rucio para tenerle el estribo a don Quijote, pero con tan mala suerte que se le enganchó el pie en unas sogas de la albarda y quedó enredado colgando boca abajo. Don Quijote, que creía que Sancho le estaba sosteniendo el estribo, fue a bajarse y enganchándosele el pie, cayó del rucio, llevándose consigo la albarda de Rocinante, y  quedando en el más deplorable ridículo.

El duque les ordenó a sus cazadores que les ayudasen. Tan pronto como don Quijote se levantó fue a donde estaban los dos señores e hizo ademán de ponerse de rodillas, pero el duque no lo consintió, abrazó a don Quijote y le expresó su disgusto por la mala suerte que había tenido al llegar a sus dominios. Correspondió con cortesía don Quijote, diciéndole que por el solo hecho de servirles a él y a su señora la duquesa, “digna consorte de la hermosura universal”, se daba por satisfecho. El duque le contestó que la única señora de la hermosura era Dulcinea. Sancho, con el lenguaje diplomático del acto que acababa de realizar, quiso cumplir con las dos: “ No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa se levanta la liebre (Hay cosas que ocurren inesperadamente); que yo he oído decir que esto que llaman naturaleza es como un alcaller que hace vasos de barro, y el que hace un vaso hermoso también puede hacer dos y tres y ciento: dígolo porque mi señora la duquesa a fe que no va en zaga a mi ama la señora Dulcinea del Toboso”

Le habló don Quijote a la duquesa de la gracia de Sancho y ésta correspondió, diciéndole que “las gracias y los donaires (…) no se asientan sobre ingenios torpes, por lo cual tenía a Sancho como una persona con gracia, donaire y discreta. A esto añadió don Quijote que también era hablador. El duque quiso justificarlo, diciendo que “muchas gracias no se pueden decir con pocas palabras.”

Dicho lo anterior, los duques le reiteraron la invitación a su casa, como solían hacer con todos los caballeros andantes. Hacia allí se dirigieron los cuatro. La duquesa le manifestó a Sancho lo mucho que disfrutaba oyendo sus discreciones.

Comentario

Empieza el capítulo recordándonos la tristeza de don Quijote y de Sancho. La del primero, porque aún mantiene la desesperación del ¡Basta!..., Yo no puedo más: su anhelo de resucitar la antigua caballería andante, una vez más ha quedado roto; la realidad social se impone a sus quijotescas virtudes; la del segundo, porque veía que los disparates de su amo llevaban también una pérdida de dinero: recordemos que don Quijote últimamente ha tenido que pagar por los disparates cometidos: el destrozo del retablo de maese Pedro y la pérdida del barco encantado.  

Se produce un giro en la marcha de nuestros protagonistas cuando don Quijote divisa a los cazadores de altanería y, entre ellos a la hermosa duquesa. Una vez más don Quijote vuelve a recuperar su deseo de ser útil y  de inmediato le ordena a Sancho que se presente y, a modo de embajada, le ofrezca sus servicios. Sancho, que se jacta de su profesión de escudero, cuando don Quijote le dice que utilice formas adecuadas, contesta con el refrán “a buen pagador no le duelen prendas”( el que tiene recursos para realizar algo, no teme hacerlo). Aparece don Quijote, otra vez, como personaje del libro, pues los Duques ya han leído la historia del Ingenioso Hidalgo. También se le dice al lector que va a empezar la burla, pues la Duquesa  ha acordado con su marido que le seguirán la corriente para divertirse y pasárselo bien. La reacción de los duques la podemos enfocar desde dos puntos de vista:

a)      La realidad es la que es; don Quijote es un loco, cuyo comportamiento produce risa; por lo tanto, hay que burlarse y estando con él, pasárselo bien. Los Duques obran de acuerdo con lo que les interesa: divertirse aunque sea a costa del sufrido don Quijote;

b)      b ) Don Quijote encarna un ideal; este ideal, como vemos en este capítulo, ha dado lugar a ciertas bufonadas cuando se ha quedado colgado, cayendo al suelo, desde el estribo de Rocinante; el comportamiento de los Duques es el normal en esta época, el siglo XVII: Estas dos formas de ver el mundo, el idealismo del caballero, deformado grotescamente en la caída desde Rocinante y, la realidad social, representada por los duques y el afán materialista de Sancho, son dos tendencias que conviven en la sociedad de la época. Lo que realiza Cervantes es mostrar su ironía, al igual que lo hacen los poetas barrocos, sobre lo grotesco de algunas pretensiones.

El punto de vista a) está en la línea que defiende el profesor de la Universidad de Edimburgo Alexander Parker, en El concepto de  la verdad en el Quijote el b), en la que sostiene el profesor de la Universidad de Nueva York en Joaquín  Casalduero en Sentido y forma del Quijote. 
El cervantista, miembro de la Real Academia y catedrático de la Universidad de París, Jean Canavaggio, cuando analiza el capítulo,  en la edición del Quijote del Instituto Cervantes, se centra en el encuentro de don Quijote y Sancho con los duques. El autor comenta el capítulo desde el humor que representan las caídas del rucio y Rocinante de Sancho y don Quijote, cuando el primero se presenta como "embajador" ante la duquesa. Don Quijote se vuelve a sumergir en su papel de caballero andante; los duques lo tratan como tal y se convierte el el hazmerreir del palacio. Sancho se sitúa al mismo nivel de protagonismo como don Quijote, gracias a su amistad con la duquesa que ha leído esa historia en el Ingenioso Hidalgo don Quijote. Sancho hace valer su protagonismo del libro y, al igual que supo aprovecharse en las bodas de Camacho, vuelve a regalarse en todo cuanto se le ofrecía como se nos dice en II, 31.

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