Los cuadrilleros persistían en llevarse preso a don Quijote, pero el cura se opuso argumentando que don Quijote estaba loco. Esto lo eximía de sus actos, por lo tanto lo deberían dejar en libertad.
También arregló el cura el problema de la bacía, para ello le entregó al barbero, a escondidas de don Quijote, ocho reales, considerando saldada la deuda. Consiguió también que Sancho le cambiase la albarda, pero no las cinchas y la jáquimas (correas que se colocan en la cabeza del caballo)
Los criados aceptaron que don Luis, acompañado de uno de ellos, se marchara con don Fernando. Esto le produjo mucha satisfacción a doña Clara. El ventero, a la vista de que el barbero cobró la bacía, también exigió que se le pagase por los destrozos que don Quijote causó en los cueros de vino. Los abonó don Fernando, también se ofreció a pagarlos el oidor. Zoraida entendió que había llegado el sosiego y todos quedaron tan tranquilos que aquello había dejado de ser el campo de Agramante.
Viéndose don Quijote libre quiso continuar con el compromiso que tenía con Micomicona y le rogó que partieran ya, pues tenía ganas de verse con su contrario, ya que “la diligencia es madre de la buena ventura, y en muchas y graves cosas ha mostrado la experiencia que la solicitud del negociante trae a buen fin el pleito dudoso; pero en ningunas cosas se muestra más esta verdad que en las de la guerra, adonde la celeridad y presteza previene los discursos del enemigo.” Dorotea contestó que quedaba a su disposición.
Don Quijote, al argumento de que “en la tardanza está el peligro” le dijo a Sancho que ensillara a Rocinante para salir de inmediato. Sancho, con voz y gesto socarrón, le contestó que por lo que había visto aquella señora que dice ser reina de Micomicona, no lo era más que su madre, pues “andaba hocicándose (besuqueándose) con alguno de los presentes”. Oído esto, don Quijote, tartamudeando, montó en cólera contra Sancho. Intervinieron Dorotea y don Fernando para decirle que lo perdonara, pues algún encantador le habría hecho ver a Sancho lo que decía. Don Quijote lo perdonó; Sancho contestó que aceptaba lo del encantamiento, pero el manteo que recibió no era cosa de encantadores, sino de gente de la venta.
Pasaron dos días y al cura le pareció lógico que deberían volver con don Quijote a su aldea para curarle la locura. Decidió que lo llevarían enjaulado, diciéndole que iba encantado. Aprovecharon que pasaba por allí un carro de bueyes, para pedirle al carretero que le preparase en la carreta una jaula con palos enrejados. Una noche, cuando don Quijote dormía, se cubrieron los rostros y se disfrazaron. Entraron en la habitación de don Quijote y le ataron de pies y manos. Cuando se despertó, creyó estar nuevamente encantado, y las extrañas figuras eran fantasmas del castillo. Cuando a hombros lo sacaban del aposento, se oyó una voz que infundía pavor. Era la del barbero, que en lenguaje refinado y extravagante, le anunciaba que aquella aventura terminaría cuando el "furibundo león manchado con la blanca paloma tobosiana yoguieren en uno" (don Quijote el furibundo león de la Mancha) y Dulcinea (la blanca paloma del Toboso se unieran en matrimonio), fruto de lo cual nacerían unos bravos cachorros que imitarían al padre. Posteriormente, dirigiéndose a Sancho le dijo que no dejaría de percibir el salario que don Quijote le había prometido.
Oído lo anterior, don Quijote, una vez que comprendió lo que la voz había manifestado, dijo sentirse dichoso por la buena profecía que le había hecho. Respecto a Sancho, le pidió la voz que no dejara a don Quijote pues en el supuesto de no poder darle la ínsula prometida, éste había manifestado en su testamento lo que se le debería de entregar, cosa que ratificó, don Quijote; Sancho, con mucho respeto le besó las manos. Posteriormente cogieron la jaula en hombros para acomodarla en el carro de los bueyes.
Comentario
Poderoso caballero es don dinero. Qué verdad encierra el refrán. El cura tiró de él y pronto se suprimió la discordia del campo de Agramante. Por ocho reales, el barbero se dio por satisfecho para dejar de reclamar su bacía. Sancho le cambió la albarda y todos tan contentos. Si a eso sumamos que el ventero cobró por los destrozos de don Quijote, ¡aquí paz y después gloria!. Razón tiene en este caso Unamuno cuando al comentar este capítulo, nos dice que el dinero puede con todo, también con la fe. No es la fe del carbonero, sino la del barbero, como dice don Miguel.
De la misma opinión anterior es también el catedrático de Literatura Española de la Universidad de Lieja Jacques Joset, cuando comenta este capítulo: "la conformidad con las normas sociales es, al fin y al cabo, lo que permite que todos queden en paz y en sosiego".
El besuqueo entre Dorotea y don Fernando, denunciado por Sancho, funciona según el profesor Joset, como intermedio cómico.
Don Quijote no se podía librar de su locura. Sigue pensando como un caballero andante, pero en el que alternan, como sostenía Huarte de San Juan, rasgos inteligentes. Le dice a Micomicona que hay que salir pronto, partiendo de una premisa cierta: “La diligencia es madre de la buena ventura…”. Más adelante sus palabras lo vienen a situar en el estatus del orate al identificar la venta de Juan Palomeque el Zurdo, con un castillo. A Dorotea no le interesa buscar la verdad, porque esto irritaría a don Quijote, así que le sigue la corriente y decide cumplir lo que don Quijote le diga. A la razón de que “en la tardanza está el peligro” le apremia a Sancho para que ensille a Rocinante.
El catedrático de Legua Española y Crítica Literaria de la Universidad de Madrid, Fernando Lázaro Carreter, explicó en un luminoso artículo: La prosa de El Quijote, que el mayor mérito del libro está en recoger la realidad del habla de su tiempo y ponerla en boca de sus personajes, independizarlos por completo de su creador. “Cuando se asegura que éste funda la novela moderna, esto es lo que esencialmente quiere afirmarse: que Cervantes ha enseñado a acomodar el lenguaje a la realidad del mundo cotidiano”. El lenguaje de don Quijote, es el de su mundo: el de los libros de caballerías.
La heterofonía del mundo cotidiano la encontramos en este capítulo en el habla de Sancho. Este, proviene de una clase humilde, baja, tanto económica como cultural. Su habla, de acuerdo con la premisa anterior, tiene que ser rústica. Cuando don Quijote le dice que ensille a Rocinante para seguir en la aventura de la princesa Mitomicona, Sancho, que es consciente de que la locura de don Quijote no disminuye contesta con voz socarrona: “!Ay, señor, señor, y cómo hay más mal en el aldegüela (aldea pequeña) que se suena ( cómo la cosa es más difícil de lo que parece), con perdón sea dicho de las tocadas honradas!. El catedrático le Literatura Medieval de la Universidad de Barcelona y maestro Martín de Riquer, advierte que la expresión “tocadas honradas” se solía usar para pedir perdón cuando se tenía que decir algo desagradable o picante en presencia de damas. Sancho, siguiendo con su lenguaje coloquial, hace un pícaro y grosero juego de palabras porque ha visto ciertas actitudes amorosas de don Fernando para con Dorotea.”: “esa señora que se dice ser reina del gran reino Micomicón no lo es más que mi madre, porque a ser lo que ella dice no se anduviera hocicando con algunos de los que están en la rueda” (con algunos de los presentes)
Después de la ira de don Quijote, el habla vuelve a la normalidad y expresa la lucidez e inteligencia de Dorotea para convencer a don Quijote, pidiéndole que disculpe a Sancho por haber sufrido el encantamiento que ocurre en el castillo “podría ser que hubiese visto por esta diabólica vía lo que él dice que vio tan en ofensa de mi honestidad”.
El regreso de don Quijote a su aldea es para el profesor Joset, "una farsa en el sentido teatral de la palabra; todos se disfrazan excepto Sancho para darle a entender a don Quijote que está encantado. Este entremés culmina cuando el barbero, amigo del cura, le dice a don Quijote que no se sienta humillado por ir como va y le profetiza su casamiento con Dulcinea, así como su paternidad. Don Quijote recibe gustoso el anuncio de su boda, con lo cual don Quijote quebranta el código del amor cortés que hasta ahora había acatado"
En estos breves registros lingüísticos hemos visto cómo la palabra queda ahormada, una vez más, a la procedencia social y cultural de los interlocutores, lo cual demuestra el manejo dialógico de los registros de la lengua por Cervantes
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