lunes, 27 de junio de 2011

CAPÍTULO LII. EL ENFRENTAMIENTO CON LOS DISCIPLINANTES. LLEGADA DE DON QUIJOTE A SU ALDEA








A todos les gustó el relato del cabrero Eugenio. El canónigo resaltó que el cura había dicho la verdad cuando dijo que los montes criaban letrados.

Don Quijote se le ofreció para ayudarle a sacar a Leandra del monasterio, cumpliendo con su misión de favorecer a los necesitados. El cabrero, que desconocía a don Quijote, quedó confundido al oírlo y ver el aspecto que tenía. Por este motivo preguntó quién era. El barbero se lo explicó, diciéndole que era don Quijote de la Mancha. El cabrero respondió que por su forma de hablar “debía tener vacío los aposentos de la cabeza”. Don Quijote se sintió molesto y le contestó diciendo que tenía mejor cabeza que jamás tuvo “la muy hideputa puta que os parió”.

No se quedó en esto don Quijote, sino que cogiendo un pan se lo lanzó al cabrero a la cara. Se enzarzaron en un remolino de mojicones y quedaron los dos con las caras ensangrentadas. Los que los miraban se reían y los azuzaban, sólo Sancho quería intervenir para ayudar a su amo, pero un criado del canónigo se lo impedía.

Estando en la refriega oyeron el sonido triste de una trompeta. Don Quijote le pidió al cabrero que detuvieran la pelea por una hora, dado que podría haber algún necesitado de sus favores. Prestaron atención y vieron una procesión de hombres vestidos de blanco, a modo de disciplinantes (penitentes encapuchados que en las procesiones se azotaban con cuerdas) que imploraban al cielo que lloviese.

Los disciplinantes traían en procesión una imagen de la Virgen María, vestida de negro. Don Quijote pensó que llevaban a una señora secuestrada y llamando a Rocinante, cogió su armadura y,  haciendo caso omiso a todos, que le pedían que se parase, tomando la espada, se plantó delante de ellos y les dijo que dejasen en libertad a la hermosa y triste dama,  que tanto iba sufriendo.

Los disciplinantes cuando lo oyeron empezaron a reír. Esto enfureció más a don Quijote y, cogiendo la espada se dirigió contra ellos. Uno de los que llevaban las andas en las que iba la Virgen, se enfrentó a don Quijote con la horquilla en la que descansaban las andas (tablero que, sostenido por dos varas paralelas y horizontales que llevan efigies de santos o de la virgen) Don Quijote se la partió con la espada, pero con el trozo de horquilla que le quedó le dio tal palo a don Quijote en el hombro que cayó al suelo como un muerto.

Todos los que acompañaban a don Quijote, corrieron a socorrerlo. La procesión de los disciplinantes, al verlos venir, creyeron que iban a por ellos; se aglutinaron en torno a la virgen. Los disciplinantes alzaron los capirotes (capuchas puntiagudas) y empuñaron las disciplinas; los clérigos, los cirios( vela de cera, larga y gruesa).  Estando los dos batallones enfrentados y don Quijote golpeado y desmayado en el suelo por los golpes que se llevó, el cura que acompañaba a don Quijote conoció a otro cura de los que iban en la procesión y le explicó las razones del comportamiento de don Quijote.

Sancho lo creyó muerto y empezó a lamentarse diciéndole a don Quijote, ¡Oh humilde entre los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros…imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!. Con las voces y gemidos, revivió don Quijote y le pidió a Sancho que lo pusiese en el carro encantado porque iba malherido y no podía subir sobre Rocinante, esperando poder realizar otra salida que fuera de más provecho.

Todos se volvieron a poner en marcha. Los disciplinantes continuaron en su procesión. Los acompañantes de don Quijote se separaron, pidiéndole el canónigo al cura que le informase de la salud de don Quijote.

Continuó el carro con don Quijote. Llegaron a su aldea a los tres días; era domingo y todos se apresuraron a ver lo que el carro traía. Un muchacho se lo dijo al ama y a la sobrina, éstas, con lágrimas y gritos, lanzaban maldiciones a los libros de caballerías.

También llegó la mujer de Sancho y de inmediato le preguntó por los regalos que les traía a ella y a su hija. Sancho le contesta que no trae regalos, pero "que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras". Que en la próxima salida esperaba poder hacerla condesa u ofrecerle alguna ínsula. Al desconocer ella el significado, Sancho le contestó que “no es la miel para la boca del asno”. (para qué te lo voy a explicar, si no lo vas a entender)

A don Quijote lo llevaron a su casa. El cura les pidió al ama y a la sobrina que procurasen que no se volviese a escapar. A su vez volvieron a maldecir a los libros de caballerías y a sus autores.

El ama y la sobrina se imaginaron que cuando don Quijote sanase se volvería a marchar.  El autor de la historia quiso indagar en los hechos de la tercera salida, pero sólo pudo hallar vagas noticias en unos pergaminos encontrados en una caja de plomo en poder de un médico. Con esa vaga esperanza en la tercera salida pone Cervantes el fin de la Primera Parte de su genial novela



Comentario

El último capítulo se organiza en tres bloques en torno a la figura de don Quijote: a) La pelea con el cabrero; b) El enfrentamiento con los disciplinantes; c) El regreso a su aldea.

El enfrentamiento con el cabrero , Eugenio, nos recuerda el que tuvo don Quijote con Cardenio en su primera intervención en el capítulo 24. Si recordamos, cuando Cardenio se sintió ofendido por don Quijote, le lanzó “un guijarro que halló junto así y dio con él, en los pechos, tal golpe a don Quijote, que le hizo caer de espaldas”. En este capítulo es don Quijote quien se siente maltratado por el cabrero y “arrebató de un pan que junto así tenía y dio con él al cabrero en todo el rostro, con tanta furia que le remachó las narices”.

c) El enfrentamiento con los disciplinantes. Las procesiones basadas en creencias supersticiosas se han dado desde el siglo XV en España. Era frecuente realizar deprecaciones o plegarias, en algunas ocasiones acompañadas de disciplinas, que utilizaban los disciplinantes para flagelarse. Las disciplinas eran unos instrumentos hechos de cáñamo, con varios ramales, cuyos extremos o canelones son más gruesos y sirven para azotar. Estos azotes se los daban públicamente en las procesiones como un acto de fe. Goya, cuyo cuadro pongo al principio, los inmortalizó.

La escena resulta cómica: por una parte los que acompañan a don Quijote, acercándose a él al creerlo muerto; por otra, los disciplinantes, preparados con las disciplinas para hacerles frente.

Es de destacar también el perspectivismo lingüístico de Sancho cuando realiza el planto porque cree que don Quijote ha muerto a consecuencia del golpe que le da uno de los que portaban las andas con la horquilla. Este llanto de Sancho es doloroso para él y risible para los demás Ángel Basanta. Ed. del Quijote de la edit. Anaya. También merece resaltarse la apreciación hiperbólica de Sancho en torno al tiempo que lleva con don Quijote, después de la segunda salida, “hace poco más de dos semanas (17 días, según el cálculo de Vicente de los Ríos; Sancho da ocho meses” (A. Basanta).

c) El regreso de don Quijote a su aldea. Unamuno, al ver en el personaje el símbolo de la fe, destaca el desprecio que sienten hacia don Quijote, “al llevarlo a su aldea, al mediodía de un domingo, para mayor burla y chacota.”

En este mismo bloque vemos a un Sancho bastante quijotizado, pues adopta una postura superior hacia su esposa. Pasa de aprender con don Quijote a enseñar a su esposa, Juana Panza, polionomasia (diversos nombres con que aparece la mujer de Sancho) que es frecuente en el libro. Ya antes se le llamó Juana Gutiérrez y Mari Gutiérrez.

El capítulo termina planteando la continuación de la novela, El Quijote de 1615. Don Quijote saldrá con intención de ir a Zaragoza, pero luego dejará su ruta para ir a Barcelona y así dejar por mentiroso a Avellaneda, autor del apócrifo Quijote.

El catedrático de Literatura Medieval de la Universidad de Madrid, Francisco López Estrada, comenta este capítulo, que se nos presenta como cierre de la Primera parte y anuncio de la Segunda. Destaca las consideraciones que he señalado en el resumen: a) ofrecimiento de don Quijote para ayudar al cabrero y la pelea posterior entre los dos;  b) el sonido de la triste trompeta de los disciplinantes que en procesión llevaban la imagen de la Virgen, implorando lluvia; c) la interpretación errónea que hace don Quijote, pensando que llevaban a una señora en apuros y la pelea con el disciplinante en la que don Quijote cae casi muerto al suelo por el garrotazo que le dio el disciplinante; d) la despedida de Eugenio sin que sepamos en que queda Leandra; e) el regreso de don Quijote a su aldea, quedando don Quijote desnortado y tendido en su cama.
Por último destaca lo que dice "el autor de esta historia", en el sentido de que no encuentra escritura auténticas del héroe, pero sí "memorias de Mancha". Destaca el profesor López Estrada los pergaminos hallados en los libros del Sacromonte  de Granada, constan de 102 tablas que fueron identificas como el quinto evangelio que habría sido revelado por la Virgen en árabe. Esto, ha quedado demostrado que es falso; según Américo Castro, Cervantes se burla de los libros del Sacromonte. La primera parte termina con los académicos de Argamasilla, en la que sus miembros cantan la vida y muerte de don Quijote, Dulcinea , Rocinante y Sancho. Cervantes termina el libro con estas palabras: "con la esperanza de la tercera salida de don Quijote": tardará diez años en cumplirse.












jueves, 23 de junio de 2011

CAPÍTULO LI. HISTORIA DE LEANDRA



Comenzó el cabrero su historia contando que cerca de allí hay una aldea muy rica. En ella habitaba un rico y honrado labrador y tanto que aunque es anejo al ser rico el ser honrado (es decir, recibir honores y tener honra), él lo era más por la virtud que por los bienes. De lo que más orgulloso se sentía, según él, era de tener una hija de dieciséis años,  famosa por su virtud y elogiada por todos por su belleza.  Su fama se extendió por todas partes; su padre miraba por ella, y ella por sí misma, puesto que “no hay candados, guardas ni cerraduras que mejor guarden a una doncella que las del recato  propio”. ( honestidad, modestia)

La riqueza del padre y las cualidades de la hija provocaron que fueran muchos los pretendientes que tenía; pero especialmente había dos con más probabilidades: Anselmo y Eugenio (el cabrero que cuenta la historia). El padre no se pronunciaba por ninguno de los dos, pues cumplía con su obligación: dejar que Leandra, su hija, escogiera de acuerdo con su voluntad.

Por esta época llegó a la aldea un joven soldado, se llamaba Vicente de la Roca y era hijo de un labrador pobre. A los doce años se marchó con un capitán que por allí pasó. Regresó después de doce años, vestido a la soldadesca(no existía el uniforme militar y los soldados llevaban vestidos multicolores y ostentosos). La gente labradora, que es algo maliciosa, decía que sólo tenía tres trajes, los combinaba con arte y aparentaba que tenía un gran vestuario. Se adornaba con plumas, se colgaba dijes (colgantes) y contaba fantasiosas aventuras. Sabía tocar la guitarra; se las daba de poeta y componía romances de cualquier cosa que pasase Era muy fanfarrón, decía que había matado más moros que hay en Marruecos y en Túnez, juntos. De este Vicente de la Roca se enamoró Leandra y como “en los casos de amor no hay ninguno que con más facilidad se cumpla que aquel que tiene de su parte el deseo de la dama”, se marcharon los dos, llevándose ella muchas joyas de casa de su padre.

Todos quedaron  impresionados, especialmente Anselmo y Eugenio; su padre triste y sus parientes afrentados. Los buscó la justicia. Se encontró a Leandra a los dos días, semidesnuda en una cueva. Según ella, Vicente la había engañado y la había robado. Reiteró varias veces que no le había quitado el honor; solamente le robó las joyas y el dinero que llevaba.

El mismo día que apareció Leandra, su padre la encerró en un monasterio. Todos opinaron del asunto: unos decían que había sido debido a su poca edad; otros, a causa de su desenvoltura.

Todos los pretendientes quedaron desconsolados, pero especialmente Anselmo y Eugenio. Ambos se hicieron pastores; vagaron con sus rebaños por los valles y montes vecinos y juntos con otros que también sufrieron el desengaño, convirtieron el lugar en una pastoral Arcadia (idílico y utópico lugar del mundo pastoril  de la antigua Grecia), en la que por todas partes se oye el nombre de la hermosa Leandra. Está en boca de todos: unos la maldicen y otros la perdonan; pero todos las deshonran y todos la adoran.



Comentario

Ya Menéndez y Pelayo destacó que el Quijote es todo un mundo poético completo en que aparecen reflejadas todas las novelas contemporáneas de Cervantes. Este se las asimiló y las incorporó a su  obra, subordinándolas a la pareja inmortal que le sirve de guía. A este respecto, cita Menéndez y Pelayo, la novela pastoril en el episodio de Marcela y Grisóstomo, (capítulo XII - XV) y la de Basilio y Quiteria, que veremos en los capítulos 19, 21 y 22 de la 2ª parte.

La novela sentimental, cuyo prototipo sería la Cárcel de Amor, de Diego de San Pedro, explica las relaciones sentimentales que contienen las historias de Cardenio, Luscinda y Dorotea ( capítulos 24, 25, 27-32, 36, 37, 42, 44, 45, 47).

La novela psicológica se ensaya en El curioso impertinente (cap. 33-35)

La afirmación anterior de Menéndez Pelayo, en el sentido de que las novelas anteriores tenían una estrecha relación entre ellas y los protagonistas principales del Quijote, ha sido analizada por el cervantista y profesor Ernesto Porras Collantes. Cuando comparamos los personajes de Cardenio – Luscinda con Vicente y Leandra, encontramos las siguientes relaciones: Cardenio pide a Luscinda por esposa al padre, pero quien finalmente la engaña es Fernando. Eugenio pide por esposa a Leandra a su padre, pero quien la convence con sus vistosas apariencias es Vicente de la Roca.

A Dorotea salen a buscarla cuando se marcha de su casa con su criado. También a Leandra, encontrándola semidesnuda a los tres días.

Luscinda se encierra en un monasterio, al igual que Camila, la del Curioso Impertinente (capítulos 33-35). También a Leandra la encierra su padre en un monasterio.

Cardenio se marchó a los bosques cuando don Fernando le quitó a Luscinda. Desde allí los maldecía y quedó enajenado. También Eugenio y Anselmo se hacen pastores, se retiran al valle y se quejan de Leandra.

Cuando comparamos esta historia con la de Marcela y Grisóstomo encontramos las siguientes relaciones: Tanto Marcela como Leandra son mujeres muy hermosas, conocidas por sus cualidades en sus aldeas y en los alrededores; sin embargo hay una diferencia fundamental: Marcela es una mujer orgullosa, con voluntad propia. Pedro, el pastor que nos habla de ella, la maldice porque muchos hombres se enajenan por ella. Ella discurre con total autonomía y racionaliza un discurso que perfectamente se puede equiparar con el de la mujer en el siglo XXI. Sin embargo, Leandra es una mujer antojadiza que se deja llevar por el oropel y las palabras de Vicente. En este sentido serían mujeres antitéticas.

Grisóstomo comparte con Eugenio y Anselmo que se marchan a los bosques para mitigar el dolor que les produce la pérdida de Marcela y Leandra.
 El catedrático de Literatura Medieval de la Universidad de Madrid, Francisco López Estrada comenta este capítulo sobre la base de la opinión del narrador Eugenio que en el final del capítulo anterior, se quejaba de su indócil cabra, Manchada, que por ser hembra era inconstante y voluble. esa imagen de la cabra, la traslada a Leandra; mientras su amigo Anselmo se queja y lamenta por su ausencia, Eugenio no se cansa de decir mal de la ligereza de las mujeres. Este capítulo lo ve el profesor López Estrada como "una contribución a la misoginia de Cervantes, pues el parecido de Leandra y la cabra sugiere el caso de una conducta "caprichosa", El caso de Vicente, lo expone Cervantes, según López Estrada, como el de soldadito fanfarrón". 

Con esta última y breve novelita se cumple una categoría más de Don Quijote: ser el crisol de las novelas del tiempo de su autor.    









   

martes, 21 de junio de 2011

CAPÍTULO L. DON QUIJOTE, EL CANÓNIGO, EL CABALLERO DEL LAGO. EL CABRERO



Después de la intervención del canónigo volvió a tomar la palabra don Quijote para ensalzar los libros de caballerías. Da respuesta al canónigo, utilizando los siguientes argumentos: a) el uso que se hace de los mismos: les gustan a todos: son leídos y celebrados por los letrados y los ignorantes; b) nos explican todo lo referente al linaje del héroe; c) no pueden ser mentira, pues se imprimen con licencia de los reyes; d) provocan alegría en quien los lee y destierran la melancolía.

 Para explicar esto último, recrea el célebre episodio del Caballero del Lago, tomado del libro segundo del Amadís de Gaula, relatándolo con todo lujo de detalles. Un caballero está mirando un lago, lleno de serpientes y otros animales espantasos. Una voz triste le pide ayuda y, sin pensárselo dos veces se arroja en él. De pronto se encuentra en un bello paraje por el que fluye un arroyo; al frente se ve un castillo, cuyas murallas son de oro, que le hacen pensar que “el arte, imitando a la naturaleza, parece que allí la vence”

Estando en esta situación, salen del castillo unas doncellas bellísimas que lo acogen, lo lavan y llevándoselo a una sala le ofrecen toda clase de deliciosos manjares; estando mondándose los dientes, entró la más hermosa doncella de todas ellas, se sentó a su lado y le entretuvo contándole la historia del castillo. Le aconseja que lea estos libros, pues le quitarán la tristeza y el abatimiento, si tiene alguno. A continuación afirma que desde que él es caballero andante, se siente valiente, liberal, generoso y cortés y, aunque hace poco iba enjaulado como un loco, le pide a la fortuna que le dé una oportunidad y verse convertido en rey para favorecer a sus amigos, especialmente a Sancho con algún condado, aunque teme que no lo sepa gobernar, sigue diciéndole don Quijote al canónigo que: “el pobre está inhabilitado de poder mostrar la virtud de liberalidad con ninguno, aunque en sumo grado la posea, y el agradecimiento que sólo consiste en el deseo es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras”. 

Sancho, que oyó lo anterior, le replicó que conquistase condados, que ya los gobernaría; si no supiera, los arrendaría a alguien que se los administrase, como hacen muchos terratenientes. El canónigo que lo oyó le dijo que “al administrar justicia ha de atender el señor del estado, y aquí entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar: que si ésta falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines, y así suele Dios ayudar al buen deseo del simple como desfavorecer al malo (al mal deseo) del discreto”. Le replica Sancho con una serie encadenada de razones basadas en la codicia. Intervino don Quijote para afirmar que quiere hacer a Sancho conde, lo mismo que Amadís de Gaula hizo a su escudero conde de la Ínsula Firme.

El canónigo se admiró tanto de los disparates del don Quijote sobre la aventura del Caballero del Lago, como de las simplezas de Sancho en su deseo de alcanzar el condado.

Entre tanto volvieron de la venta de Juan Palomeque los criados del canónigo con víveres. Se sentaron todos a comer. Llegó hasta ellos una cabra que se había separado del rebaño. Detrás llegó el cabrero y cogiéndola por lo cuernos la reprendió y le dijo que volviera al rebaño, pues "si vos que las habéis de guiar y encaminar andáis tan sin guía y tan descaminada, ¿en qué podrán parar ellas?"

El canónigo invitó a echar un trago al cabrero para tranquilizarlo. Este les dijo que no lo tomaran por loco, pues sabía cómo tratar con los hombres y con las bestias. A lo anterior contestó el cura diciendo que por experiencia sabía muy bien “que los montes crían letrados y las cabañas de los pastores encierran filósofos”.

El cabrero pidió permiso para sentarse y contar un cuento que pusiera de manifiesto lo que el cura había dicho. Sancho quiso salir de la reunión y retirarse a un arroyo a comer tranquilamente una empanada. El canónigo le pidió al cabrero que iniciase su cuento.



Comentario
Los argumentos que da don Quijote  y la  aventura que le cuenta al canónigo resumen las características que tiene que tener el perfecto libro de caballerías. 
El cervantista y catedrático de la Universidad de Edimburgo Edward C. Riley  analizó el Quijote en Teoría de la novela en Cervantes. Sostuvo allí la tesis de que la crítica a las novelas de caballerías se realiza en el libro de dos maneras: a) desde juicios sobre estas novelas, ejemplo de ello es el capítulo dedicado al escrutinio de la biblioteca de don Quijote, en el que Cervantes, por boca del cura nos realiza la crítica de estos libros (capítulo VI); b) mediante la ficción misma. Recordemos que ya en el capítulo I, don Quijote pensó en acabar el libro de don Belianís de Grecia: “muchas veces le vino el deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbasen”. Por lo tanto, vemos que don Quijote vivía de tal manera la ficción caballeresca que hasta se llegó a sentir escritor y escribir sobre ella.

En otras ocasiones, vive de tal manera las historias caballerescas que se las inventa. Recordemos que en el capítulo XXI, Sancho le dice a don Quijote que se deben de poner al servicio de algún Emperador para cobrar nombre y fama, pues las aventuras que están realizando se desconocen. A esto replica don Quijote que previamente “es menester andar por el mundo, como en aprobación, buscando las aventuras, para acabando algunas se cobre nombre y fama…”A partir de aquí se inventa la historia del Caballero del Sol, al que reciben en el reino, se enamora de la princesa y termina heredando el reino, después de casarse con la princesa.

Esta crítica a las novelas en forma de ficción son parodias. “La originalidad de Cervantes, dice Riley, no reside en ser él mismo quien las parodie, sino en hacer que el hidalgo loco las parodie involuntariamente en sus esfuerzos por darles vida, imitando sus hazañas”. En este afán por vivir la literatura se encuentra este capítulo, en el que aparece El Caballero del Lago. Don Quijote, a imitación de este caballero, que se enamoró de la doncella,  se siente “valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido…etc.”

Otro de los aspectos que hay que destacar en el “gran lago de pez hirviendo a borbollones” es que, el caballero, después de tirarse al agua para ayudar a la doncella, después de agasajarlo con una suculenta comida, se sienta y tranquilamente se monda los dientes, señal inequívoca de que había comido, cosa que nos recuerda, en el Lazarillo, el episodio del Escudero. Se pone de manifiesto, una vez más la ironía y la burla cervantina en la evocación del hambriento Escudero, que aparecía saciado, cuando en realidad estaba hambriento.

Como ya he señalado las perspectivas del Quijote son muchas. En esta, el canónigo nos ofrece la visión de una persona juiciosa, que busca la verdad y trata con respeto a don Quijote. También es de destacar la quijotización de Sancho. Este, desde la codicia, le pide a su amo que le dé un condado, que ya se las arreglará para administrarlo y poder vivir de las rentas que le produzca.

No menos importancia tienen los valores que nos comunica el canónigo sobre la justicia, corolario de otros muchos valores que Cervantes nos ha ido comunicando a lo largo del libro.
Las palabras del canónigo a Sancho sobre el buen gobierno adveran ya, como sostiene el militar, académico de la Historia y de la Lengua, biógrafo de Cervantes y supervisor de la edición de la Real academia en el s. XVIII, Vicente de los Ríos, en su Análisis del Quijote," que Cervantes las preparó de antemano -se refiere a los dictámines y disposiciones de Sancho durante el gobierno, en II, 45 -,pues al hablarle del buen modo de gobernar, le asegura que lo principal es la buena intención de acertar".

El catedrático de Literatura Medieval de la Universidad de Madrid, Francisco López Estrada, comenta este capítulo desde la teoría literaria cervantina en torno a la verdad y la ficción literaria expuesta en la contestación que le da don Quijote al sensato canónigo: el choque entre las dos posiciones queda sin resolverse.
Don Quijote, dice el profesor, no sólo fue lector de los libros de caballerías, sino que aquí da la impresión de que también se sintió "autor" de uno de ellos, pues según él, estos libros destierran la melancolía.
También refleja el capítulo la obsesión de Cervantes por la pobreza: "el pobre no puede mostrar la virtud de liberalidad y agradecimiento, ya que se lo impide la pobreza".
Por último, hay que destacar lo que hizo el cabrero rústico, pero de expresión cortesana, para ir en busca de la cabra Manchada, a la que no sin razón la llama hembra.
   


viernes, 17 de junio de 2011

CAPÍTULO XLIX. DISTINCIÓN ENTRE LO HISTÓRICO Y LO LITERARIO



Sancho, cuando le hizo la pregunta a don Quijote sobre sus necesidades, se dio cuenta de que siguiendo ese argumento, podría demostrarle el engaño con que le llevaban. Así pues, le planteó otra similar: si los encantados son los que se sienten tan tristes que ni comen, ni duermen, ni sienten necesidades corporales;  él no estaría encantado, pues come, bebe y según dice siente los mismos apremios que todos. A lo anterior replica don Quijote que las formas de encantamiento pueden cambiar con los tiempos y “contra el uso de los tiempos no hay qué argüir( no hay que argumentar ni a favor ni en contra)  ni de qué hacer consecuencias”. Por lo tanto insiste en que va encantado, pues si no lo sintiera así tendría escrúpulos de conciencia, porque habría dejado de ejercitar su vocación: ayudar a los necesitados. Sancho, que quería que don Quijote volviese a la realidad de sus aventuras, insiste en que procure salir de la jaula en la que va y huya, empezando los dos nuevas aventuras. 

Llegaron a un lugar en el que los estaban esperando el cura y los demás. Cuando los alcanzaron, el boyero desunció los bueyes del carro (les quitó el yugo ) para que pastaran.  Sancho le pidió al cura que dejase en libertad a don Quijote, pues si no lo hacía, habría olores insoportables en la jaula. El cura asintió, después de que también se lo pidiera el canónigo; don Quijote prometió no marcharse "porque el que va encantado como yo, no tiene libertad para hacer de su persona lo que quisiere" ( la frase tiene un doble sentido, no puede hacer lo que quiere porque va encantado y no puede hacer de cuerpo)

Después de que don Quijote saliera de la jaula, el canónigo, con el interés de distinguir la mentira de la verdad, le argumentó a don Quijote que las lecturas de los libros de caballerías, por la cantidad de falsedades que dicen, habían convertido a un entendimiento juicioso como el suyo, como se probaba cuando no hablaba de caballerías, en una persona que tiene que ir en una jaula, encerrado, como si fuese un tigre o un león. Cuando a él le caía en las manos un libro de estos, lo arrojaba contra la pared por las falsedades que cuentan. Le aconseja a don Quijote que lea la Sagrada Escritura y libros, cuya referencia sea la historia: sobre Viriato, César, Anibal,…etc.

Don Quijote, después de oír, atentamente al canónigo, inició un diálogo con él con la intención de mostrarle lo mal informado que estaba, porque tales libros de caballerías no le habían hecho daño alguno, que estos, no podían ser mentirosos, pues eran leídos masivamente; que los Amadises existieron y que el engañado y encantado era él.

En su alegato anterior en favor de los libros de caballerías, don Quijote fue mezclando personajes históricos con ficticios. Por esta razón volvió otra vez a intervenir el canónigo para hacerle  algunas precisiones en lo que se refiere a las diferencias entre unos personajes y otros. Insiste, una vez más, en que hay que leer con juicio y no creerse “tantas y tan extrañas locuras como las que están escritas en los disparatados libros de caballerías”. Don Quijote le vuelve a contestar con una andanada, diciéndole que el que estaba "sin juicio y encantado era él". Continúa dando pruebas de su alienación, volcando una alforja de dislates, manifestando ser verdad "las aventuras y desafíos que también acabaron en Borgoña los valientes españoles Pedro Barba y Gutierre Quijada (de cuya alcurnia yo desciendo) 




Comentario

El catedrático de Estudios Hispánicos de la Universidad de Oxford, Peter Russel comenta este capítulo , poniendo el acento en el diálogo entre don Quijote y el canónigo; con ello, Cervantes pone en tela de juicio la distinción entre la ficción mentirosa de los libros de caballerías, a los que alude don Quijote y le han provocado la locura y las historias auténticas de las biografías que el canónigo quiere que lea don Quijote. El profesor Russel considera que existe ironía en Cervantes, ya que tampoco podríamos dar por verdad histórica la vida y los hechos de los personajes cuya lectura recomienda: Viriato, Cesar, Aníbal, García de Paredes...."cuya lección de sus valerosos hechos pueden entretener, deleitar y enseñar"   

Varios son los estudiosos del Quijote que destacan en este capítulo es una vez más los diálogos entre don Quijote y Sancho primero y, entre don Quijote y el canónigo después. A modo de ejemplos significativos, destaco los siguientes: El Catedrático de la Universidad de Madrid, poeta y crítico literario, Dámaso Alonso, en el ensayo anteriormente comentado: Sancho-Quijote; Sancho-Sancho, ha señalado la gran trascendencia literaria que alcanza el diálogo en la  gran obra de Cervantes. A este respecto dice: “Son escasas, en el Quijote, las acotaciones del propio Cervantes, las veces  en que el autor trata de comentar las reacciones psicológicas de los personajes. Unid las escasas, mínimas e indispensables indicaciones de las circunstancias que ( en contraposición a sus novelas breves) se dan en el Quijote. Toda la obra resulta así dramatizada, concierto y oposición de almas que se nos hacen transparentes en el diálogo”.

El diálogo se anuncia ya en el prólogo. Si lo recordamos, el autor se inventa un amigo con quien dialogar para poder desdoblar la acción, es decir, crear la perspectiva, por lo tanto no es de extrañar que el diálogo constituya la estructura principal de la novela.

Desde esta línea de pensamiento, Criado de Val, Catedrático de la Universidad de Madrid, dice que “Muchos de los problemas con que tropieza la crítica  del Quijote hallarían su solución si pudiésemos cambiar el plano en que tradicionalmente se ha colocado el libro; si en lugar de encasillarlo en el concepto tradicional de novela, antepusiéramos el de coloquio al que en realidad pertenece por su estructura estilística, especialmente con los coloquios, cuyo precedente es, entre otros autores, Erasmo “

El Catedrático de Literatura Comparada de la Universidad de Harvard Claudio Guillén, -según cita John J. Allen, en su edición para la ed. Cátedra,- nos dice que “el diálogo activo que sostiene Cervantes con las normas explícitas e implícitas de la literatura de su tiempo, se encuentra entre otros en el diálogo sobre la literatura entre don Quijote y el canónigo”.

En este capítulo se centra el canónigo en dos aspectos: a) Hay que distinguir la ficción de la historia; b) Se debe leer de manera crítica.

Este personaje es uno de los que en el libro buscan la verdad en el sentido que expliqué en capítulos anteriores. La verdad es la correspondencia con los hechos. Sus juiciosas palabras vienen siempre ahormadas por la certeza y la sinceridad; al mismo tiempo trata de elucidar los textos que deben leerse y los que son perjudiciales. El final del resumen me sirve para conjeturar sobre el modelo viviente de don Quijote  
Menéndez Pelayo ya dijo en Orígenes de la novela, que el "motivo ocasional, el punto de partida de la novela pudo ser una anécdota corriente..". No hay inconveniente en admitir que el germen de la creación de don Quijote haya sido la locura de un sujeto real".
El cervantista Rodríguez Marín hace suyas las palabras anteriores y en el artículo El modelo más probable del don Quijote (1916) sostiene que "De la realidad, pues, pudo tomar, tomó sin duda Cervantes el tipo o los tipos que le sugirieron la idea de su don Quijote, bien que no los trasladase mecánicamente al papel, sino moldeándolos y aderezándolos en la oficina de su fantasía". Opina Rodríguez Marín que "el caballero Martín de Quijano, contador y teniente de veedor de las galeras reales fue uno de los sujetos de carne y hueso a quienes Cervantes pudo tener probablemente en memoria". Continúa diciendo que mejor aún el esquiviano Alonso Quijada, que vivió en el primer tercio del siglo XVI, pudieron ser los modelos vivos de don Quijote. Lo anterior lo halló indagando "entre la parentela que en Esquivias rodeaba a la esposa de Miguel"




miércoles, 15 de junio de 2011

CAPÍTULO XLVIII. OPINIONES DEL CANÓNIGO SOBRE EL TEATRO


Tomó la palabra el cura para decir que se debería reprender a los que escriben libros de caballerías sin tener en cuenta las reglas del arte. El canónigo le reveló que él mismo tuvo la tentación de escribir un libro de caballerías y que incluso llegó a tener escritas más de cien hojas, que incluso se las dio a leer a personas entendidas y a ignorantes, gustándoles a todos, pero que no siguió adelante por no ser cosa de su profesión y por ser mayor el número de ignorantes que el de entendidos que las celebraban, y no quería someterse al necio juicio del vulgo; pero hay otra razón: los autores que escriben estas obras lo hacen por ganar dinero, no le interesa la reputación de los entendidos, trabajar con arreglo a las normas del arte, se refiere a la Poética de Aristóteles, esto, exige trabajo y sacrificio y si encima, al final no se venden, le pasaría como "al sastre del cantillo" (el sastre de la esquina, que cosía de balde y ponía el hilo)

 Pasa a continuación a criticar la teoría dramática que se está imponiendo, en alusión al Arte nuevo de hacer comedias, de Lope de Vega. Divide las comedias en “imaginadas e históricas”; unas y otras se caracterizan por los disparates que dicen y la falta de verosimilitud. Estas comedias que ahora se representan no guardan las tres unidades: lugar, tiempo y acción; están llenas de anacronismos (error consistente en confundir épocas) y atribuyen verdad histórica a lo que es puramente imaginado. Estas obras les gustan al vulgo; sus autores las escriben y los actores las representan porque les dan dinero. No obstante, hay comedias que siguen las reglas del arte. Se refiere a la Isabela, La ingratitud vengada, La Numancia, El Mercader amante y La enemiga favorable. Las que se escriben de acuerdo con las reglas del arte, muy pocos las entienden, y no se venden.

El cura es de la misma opinión que el canónigo, y  parte de la siguiente  premisa: “la comedia, según le parece a Marco Tulio Cicerón (debe ser) espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres y imagen de la verdad, las que ahora se representan son espejos de disparates, ejemplo de necedades e imágenes de lascivia”. Pone ejemplos que demuestran que las comedias que se representan no respetan las tres unidades. Las de tema religioso tampoco dicen la verdad. Los extranjeros, al ver con qué descuido hacemos nuestras comedias, sin guardar las leyes de las mismas, nos toman por bárbaros e ignorantes: "Porque ¿ qué mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera escena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho un barbado? ¿Y qué mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona? ¿Qué diré, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden o podían suceder acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, y la tercera acabó en África, y aún,  si fuera de cuatro jornadas, la cuarta acabaría en América...?

A partir de los argumentos anteriores considera que en las repúblicas bien ordenadas, el fin principal del teatro es “entretener a la comunidad”, pero esto se conseguiría mejor con buenas comedias que critiquen el vicio y ensalcen la virtud. Pone el ejemplo de autores perfectamente dotados para conseguirlo, aludiendo a Lope de Vega, si no lo realizan es porque el público les pide otro tipo de obras y en consecuencia los autores escriben obras que sean vendibles.

Sugiere que para evitar lo anterior, personas entendidas en la corte deben dar su aprobación para poderlas representar. A la misma conclusión llega con los libros de caballerías “que de nuevo se compusiesen”, enriqueciendo nuestra lengua del agradable y preciosos tesoro de la elocuencia, dando ocasión de que los libros viejos se oscureciesen a la luz de los nuevos que saliesen”. Estos libros deben ser pasatiempo de los ociosos y de los ocupados, pues no es posible que esté "de continuo el arco armado" (siempre trabajando), pues la naturaleza humana exige también distracción.

En esta conversación iban cuando llegaron al valle que había dicho el barbero. El canónigo dijo que comerían allí. Mandó a un criado a la venta de Juan Palomeque el Zurdo, a por comida.

Sancho, apartándose del cura, le dijo a don Quijote que no iba encantado, sino engañado. Don Quijote no se lo creyó, contestando que todo era obra de encantadores. Sancho le dijo que le haría unas preguntas cuya respuesta le dirían a don Quijote la verdad. Le dice Sancho que los encantadores no sienten necesidad “de hacer aguas mayores o menores”.  Al no entender don Quijote la expresión hacer aguas, Sancho le dice que si ha “sentido ganas de hacer lo que no se excusa”, a lo que don Quijote replica: “!Sácame de este peligro, que no ando todo limpio!”



Comentario

La primera cuestión que se plantea en este capítulo es la revelación que el canónigo le hace al cura sobre el proyecto ya iniciado de un libro de caballerías del que tiene escritas más de cien páginas, pero como se atiene a las reglas del arte, es decir, que sea verosímil lo que se cuenta y como el vulgo o gente ignorante no lo compraría por querer obras fantasiosas e increíbles, renuncia a concluirlo.
El cervantista y catedrático de la Universidad de Nueva York Daniel Eisenberg, en La interpretación cervantina del Quijote, al que en capítulos anteriores nos referimos, cree que el tal libro de caballerías existió, se trataba de Bernardo. Este libro, anunciado en el prólogo al último libro de Cervantes, el Persiles, tendría como referencia la figura de Bernardo del Carpio, “arquetipo del héroe hispano”. En capítulo anterior, expuso el canónigo cuál debería de ser el libro de caballerías ideal: que ensalzara la virtud y tomar como referencia las cualidades de los héroes clásicos. Esta sería la obra, que según Eisenberg, le daría a Cervantes la misma fama que a Homero y Virgilio.
El siguiente aspecto que hay que destacar en el capítulo son las opiniones del canónigo sobre el teatro. Sobre este asunto opina el profesor de la Universidad de Valencia, Juan Luis Alborg, en Historia de la Literatura Española, t.2 “Cervantes, coinciden los críticos, sintió cierta frustración teatral. Su preocupación por el teatro se manifiesta, no solamente en lo que dice el canónigo en este capítulo, sino en las referencias que hay en El coloquio de los perros, en la Adjunta al Parnaso, y en el Prólogo a las ocho comedias.  Del conjunto de las ideas expuestas por Cervantes en todos estos pasajes, los comentaristas cervantinos extraen dos consecuencias básicas: primera, la escasa consistencia o densidad del pensamiento teórico de Cervantes sobre el arte dramático, pensamiento dictado más por su resentimiento de autor fracasado contra su triunfador rival, Lope de Vega, que por su coherente sistema de principios; segunda, la falta de adecuación entre sus palabras y sus obras, puesto que en sus propias comedias se sirve muchas veces de los mismos recursos que censuraba a los demás.
Frente a la opinión anterior hay que destacar el punto de vista del profesor José Manuel Lucía Mejía en el libro ya citado: La plenitud de Cervantes. "Cervantes, cuando escribió sus Ocho comedias y ocho entremeses, nunca representados (1615). puso en ellos "fui el primero que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos en el alma" . La frase anterior nos dice que Cervantes se sentía orgulloso de su labor teatral; sin embargo las que ahora se representan son espejo de disparates. Habría que preguntarse por la dureza de Cervantes para hacer tal afirmación. En el prólogo al lector,  Cervantes contesta a un "autor de título", identificado con Lope de Vega, que "en esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero de mi verso nada". Ante estos comentarios, decide publicarlas y vendérselas al tal librero. Estoy de acuerdo con lo que afirma el profesor Lucía Mejía: "Cervantes desea defender, con uñas y dientes de papel, un determinado modelo que se enfrenta al difundido, al creado, al impuesto por Lope de Vega". Es conocida la tensión que hubo entre los dos escritores, unas veces fueron recíprocamente elogiados y otras, duramente criticados. Lope de Vega había publicado anteriormente una carta dirigida a un médico en la que le da cuenta de los nuevos escritores"...de poetas ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote". Muñoz Machado,  en su magnífico libro Cervantes pág. 120- 129, sostiene la tesis de que fue este capítulo el que despertó la ira de Lope, por referirse claramente a él. 
Cervantes, probablemente movido por lo que había oído,  no quiere aplausos de alabarderos, de ahí la andanada que suelta: esas obras, según él,  son auténticos absurdos y desatinos. 

El catedrático de literatura comparada de la Universidad de Santiago de Compostela, Darío Villanueva, comenta este capítulo desde la teoría literaria aristotélica y las nuevas tendencias que surgen en el Renacimiento. Después de reconocer que este capítulo y el anterior forman una unidad formal y de contenido, pasa analizar el mismo. Explica la razón por la que el licenciado dice que ". la épica puede escribirse tanto en prosa como en verso", comenta el profesor que desde el siglo IV a. C.  Aristóteles en su Poética, definía los géneros literarios, en función de los modelos de la literatura griega, desde Homero; no obstante, Aristóteles nunca nombra los libros de caballerías: solamente la épica. Los libros de caballerías participan del mundo épico, pero a diferencia de los romances franceses e italiano, los libros de caballerías están escritos en prosa.
Pasa después a explicar la tensión literaria que existe en el Renacimiento y en la que, según el profesor, Cervantes se tiene que mover: a)  la tendencia aristotélica y horaciana; b) las nuevas manifestaciones literarias en lengua vulgar, que no se adaptan al molde clásico de respeto de las tres unidades. Si por una parte Cervantes se inspira en los libros de caballerías hispánicos para criticarlos,  por otra, rechaza las libertades de la tragicomedia lopesca por no respetar el canon aristotélico de respeto a las tres unidades de lugar, tiempo y acción.
La enemistad con Lope de Vega se hace patente, ya que Lope se atiene a lo que el público le demanda; sin embargo, el canónigo toledano se identifica con Cervantes ya que pone como modelo la Numancia. Refuerza la posición del canónigo el cura pues equipara los libros de caballerías "con las comedias que agora se usan", en lo que se refiere a la necedad, el disparate y la lascivia. Por esta razón, considera que deberían existir en la corte censores de comedias. Estos funcionarios podrían examinar los libros de caballerías para exigir que su autores los adaptase a las reglas que el canónigo había formulado.


 








domingo, 12 de junio de 2011

CAPÍTULO XLVII. DON QUIJOTE ENJAULADO EN UN CARRO DE BUEYES. EL CANÓNIGO DE TOLEDO, TRASUNTO LITERARIO DE CERVANTES SOBRE LOS LIBROS DE CABALLERÍAS.



Don Quijote, al verse enjaulado en un carro de bueyes, llamó a Sancho para mostrarle su extrañeza, diciéndole que lo que él había leído en los libros de caballerías sobre los caballeros, cuando eran encantados, era que solían ser trasladados, bien en alguna nube o subidos en algún hipogrifo ( animal fabuloso que tiene formas de caballo, alas de águila  y garras de león); en cambio iba él subido en un carro de bueyes, moviéndose con gran lentitud. Le pregunta su opinión a Sancho y este contesta diciendo que todo lo que allí estaba ocurriendo "no eran cosas católicas" ( eran raras y difícil de creer) . No entendió el sentido  de "católico" don Quijote y respondió que era evidente que no podía ser católico, puesto que eran demonios los que allí iban. Sancho, que notaba el perfume de don Fernando, contestó que de demonios nada, pues estos huelen a azufre y allí se olía a ámbar.

Se adelantó la salida para que Sancho no le explicase a don Quijote lo que estaba pasando. El grupo, organizado por el cura, salió de la siguiente manera: abría la marcha el carretero con el carro, don Quijote, sentado en la jaula, con las manos atadas, tendidos los pies y arrimado a la verja; flanqueaban el carro los dos cuadrilleros de la Santa Hermandad, con sus escopetas. Sancho, subido sobre el rucio, tiraba de Rocinante; algo más retrasados, el cura y el barbero, con sus disfraces, sobre sus mulas. La ventera, su hija y Maritornes, fingiendo que lloraban salieron a despedirlo.

Don Quijote al verlas llorar quiso consolarlas, diciéndoles que lo que le ocurría era propio de los caballeros andantes importantes, porque los que no lo son les tienen envidia; “pero al final se impondrá la virtud, vencedora de todo trance y dará luz en el mundo como la da el sol en el cielo.”. Después pidió perdón por si algún mal había hecho. Se despidieron también los que en la venta estaban, especialmente don Fernando, que le insistió al cura que le escribiese contándole cómo le iba a don Quijote. Especial despedida tuvo el ventero, pues, ya que no sabía leer, le entregó al cura un cartapacio en el que iba la novela de Rinconete y Cortadillo, junto con la del Curioso impertinente.

Después de haber andado dos leguas, la comitiva fue alcanzada por un grupo a cuyo frente venía un canónigo de Toledo. Al verlo de esta manera les preguntó a los cuadrilleros la razón por la que lo llevaban así.  Al no saber decirla ellos, Don Quijote le contestó que sólo respondería si sabía algo de la caballería andante. Al decirle el canónigo que la conocía muy bien, don Quijote le dijo que iba encantado en la jaula por la envidia y mala fe de los encantadores, pues “la virtud más es perseguida de los malos que amada por los buenos”. El cura, que lo estaba oyendo, reiteró lo que dijo don Quijote, argumentando que era “el Caballero de la Triste Figura, cuyas valerosas hazañas serán escritas en bronces duros y en eternos mármoles”.

Sancho, que se había dado cuenta de todo, le espetó al cura que don Quijote no iba encantado, sino preso, pues los encantados, según él ha oído decir ni comen, ni duermen ni hablan, y su amo “habla más que veinte procuradores”. Le echa en cara al cura lo mal que lo está haciendo, porque “donde reina la envidia no puede vivir la virtud, ni donde hay escaseza la liberalidad” (donde hay maldad, la generosidad). Después de decirle que por su culpa don Quijote no se ha casado con la princesa Micomicona, comprendía lo que se suele decir: “que la rueda de la fortuna anda más lista que una rueda de molino (gira más rápida)  y que los que ayer estaban en pinganitos ( en la parte superior) hoy están por el suelo”. Especialmente lo sentía por sus hijos, que no lo verían entrar en el pueblo “como gobernador o visorrey de alguna ínsula o reino”. Después de recriminarle el barbero a Sancho que se estaba volviendo como su amo, Sancho le replicó diciendo que “si ínsulas deseo, otros desean cosas peores, y cada uno es hijo de sus obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa (y por el hecho de ser hombre, puedo ser papa) y también gobernador de una ínsula" pasa después a decirle que “algo va de Pedro a Pedro”, es decir, no todos somos iguales, por lo tanto, diferencias hay entre él y don Quijote.

El barbero no le quiso responder para no descubrirle a don Quijote lo que pasaba. El cura le hizo una señal al canónigo de que se adelantara para explicarle todo lo que le pasaba a don Quijote.

El canónigo comentó el daño que hacen los libros de caballerías, pues “este género de escritura cae dentro de las fábulas milesias, (cuentos inmorales)  que son cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a enseñar, al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente”. Parte del principio de que es agradable aquello que es verosímil y se adapta a la realidad, por lo tanto es desagradable aquello que manifiesta desproporción y falta de realidad. Pone como ejemplo el caso de una batalla en el que se enfrentan el protagonista del libro “contra un millón de competientes …. ¿habemos de entender que el tal caballero alcanzó la victoria por solo el valor de su fuerte brazo?. Pasa a continuación a dar reglas sobre cómo escribir: “Hanse de casar (han de combinarse) las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verosimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfección de lo que escribe”.

A pesar de todo lo anterior, dijo que la materia era adecuada para un buen escritor, siempre que describiera bien el ambiente y las cualidades del protagonista, no perdiendo nunca el fin de los escritos: “enseñar y deleitar juntamente”.



Comentario

Don Quijote, lo ha dicho muy bien el catedrático de crítica literaria de la Universidad de Madrid,  Lázaro Carreter, es una novela “que va transitando por el mundo del lenguaje y la literatura, por lo tanto parece lógico que nos preguntemos por los antecedentes de la escena en la que vemos a don Quijote enjaulado en el carro de bueyes. La parodia vuelve a hacer acto de presencia, en este caso de una novela de caballerías medieval, de las leyendas artúricas, Li chevaliers de la charrete, (El Caballero de la Carreta) de Cherétien de Troyes, de la segunda mitad del siglo XII, en la que el protagonista, Lancelot, Lanzarote en los textos hispanos, es transportado en una carreta, conducida por un enano. En esta parodia caballeresca, que es el Quijote, Cervantes, la tuvo en cuenta cuando imaginó el regreso de don Quijote a su aldea. No cabe la menor duda-dice el medievalista y catedrático de la Universidad de Barcelona,  Martín de Riquer- que cuando Cervantes enuncia su propósito de desterrar la lectura de los libros de caballerías, se refiere a esta línea de obras literarias, que parte de mediados de XII y llega a su mismo tiempo" Martín de Riquer. Cervantes y el Quijote. Real Academia, edición del IV centenario, prólogo., pág. LXV

Importancia tiene también en este capítulo el habla de Sancho, ya explicada en el comentario del capítulo anterior.

El tercer aspecto que hay que destacar en este capítulo tiene que ver con la teoría y práctica literaria de Cervantes que ha empezado a exponer el canónigo de Toledo. La literatura busca provocar el interés del lector con  ficciones sorprendentes e incluso maravillosas, pero manteniéndolas en el terreno de lo razonable, de modo que vayan de la mano la fantasía y la verosimilitud,  Antes debemos recordar que en el prólogo nos dijo Cervantes  por boca del amigo “…que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro…todo él es una invectiva contra los libros de caballerías…”. Por lo tanto, la premisa inicial del libro es la de ser un alegato contra estos libros. Lo hemos visto con ejemplos, especialmente de don Quijote. Este pierde la razón cuando alguna cuestión caballeresca se cruza por su imaginación. Cuando esto no ocurre, razona con cordura. A este respecto conviene recordar a Huarte de San Juan en su Examen de Ingenios, ya explicado.

Hemos visto a otros personajes como el ventero o Maritornes, con un nivel cultural muy bajo, que son también seguidores de estos libros.

Comienza el canónigo, trasunto literario del punto de vista de Cervantes sobre los libros de caballerías, diciendo que son perjudiciales, que ha leído "casi el principio de todos los más que hay impresos, jamás me he podido acomodar a leer ninguno del principio al cabo, porque me parece que, cual más, cual menos , todos ellos una misma cosa". 
El catedrático de Literatura comparada de la Universidad de Santiago de Compostela Darío Villanueva, comienza su comentario de este capítulo señalando en primer lugar cómo el cura y sus cómplices engañaron a don Quijote en I, 7 haciéndole creer que el sabio encantador Frestón había hecho desaparecer los libros de la biblioteca, ahora le hace aceptar el supuesto encantamiento que lo lleva enjaulado.  Don Quijote confiesa no conocer precedentes de caballeros andantes encantados en carretas, siendo este el motivo principal del romance Le chevalier de la charrette, como señaló Martín de Riquer.
Después de despedirse en la venta los personajes que habían convivido esos dos días, se inicia el regreso a la aldea y tras dos leguas se produce el encuentro con el canónigo de Toledo que tras sorprenderse del extraño cortejo con don Quijote enjaulado, aluda éste al maleficio del que se considera víctima.
Pasa después el profesor Villanueva a explicar el punto de vista del canónigo sobre los libros de caballerías, que son los que habían vuelto loco a don Quijote. El canónigo critica frontalmente los libros de caballerías, tal y como desde el siglo XVI hacían en Italia Boiardo, Ariosto y Torquato Tasso; en España, Melchor Cano, Arias Montano, o, Fray Luis de Granada; tienen, entre otros los siguientes defectos: un estilo duro, son inverosímiles y no cumplen con el "enseñar y deleitar" horaciano.
Señala a continuación el profesor Villanueva la importancia que en Cervantes tiene la verosimilitud, vértice de la de la teoría literaria cervantina, expuesta en este capítulo a través del canónigo: la mentira es mejor cuanto más parece verdadera. Esta teoría también la expresa Cervantes en el ,Viaje del Parnaso 
Por último destaca Villanueva que el cura en la venta, cuando diserta acerca de lo que han de tener los libros de caballerías para ser buenos, se hace portavoz de numerosos lectores, como ya lo había hecho Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua: entretener con variedad de peripecias, ambientes, asuntos y personajes.


La guía literaria de Cervantes sobre los libros de caballerías. El catedrático de la U.C.M. José Manuel Lucía Mejías, especialista en libros de caballerías, se pregunta en el libro La Plenitud de Cervantes. Una vida en papel(1604-1616), "Realmente es posible pensar que un género literario, nacido en los albores del Renacimiento y acabado con los estertores del Barroco, con más de un siglo de existencia y con casi noventa obras, escritas en momentos y lugares bien diversos, con intenciones variadas y por escritores de muy diferente altura y capacidad son una mesma cosa". Considera Lucía Mejías que no son todos una mesma cosa".
Argumenta recogiendo el punto de vista de Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana, (1611), que al respecto dice de ellos: "Los que tratan de hazañas de caballeros andantes, ficciones gustosas y artificios de mucho entretenimiento y poco provecho, como los libros de Amadís, de don Galaor, del Caballero del Febo y de lo demás". Las palabras subrayadas se corresponden también con el juicio del canónigo toledano"
Entre las razones que da el canónigo están: “atienden solamente a deleitar y no enseña”; están llenos de disparates; hay desproporción de las partes con el todo y del todo con las partes: pone el ejemplo de un mozo que da una cuchillada  a un gigante, tan grande como una torre y lo divide en dos partes. Pasa a continuación a decir que aunque los que los componen los escriben tratando cosas falsas y por lo tanto, “no están obligados a mirar con delicadezas ni verdades”, no por ello se ha de evitar que traten las mentiras como si fueran verdades, es decir, lo que digan ha de ser creíble.
Si anteriormente los ha criticado en su consideración de libros de entretenimiento, "pasa a defender al género caballeresco y poner las bases poéticas a su propio libro de caballerías. Los principios narrativos de estos libros son tres, como muy bien dice el mencionado profesor: sujeto, forma y finalidad.
 El sujeto o materia. 
Dice el canónigo que "hallaba en ellos una cosa buena, que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y espacioso campo por ...donde pudiese correr la pluma, descubriendo naufragios, tormentas... pintando un capitán valeroso, mostrándose prudente previendo las astucias de sus enemigos, y elocuente orador persuadiendo o disuadiendo a sus soldados, maduro en el consejo... pintando ora un lamentable y trágico suceso, ahora un alegre y no pensado acontecimiento; allí una hermosísima dama, honesta, discreta y recatada; aquí un caballero cristiano, valiente y comedido; acullá un dasaforado bárbaro fanfarrón.".
¿La forma? Los libros de caballerías podrían ser buenos si la historia se contase bien, escrita "con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención" es decir, que fuera razonable. Para ello se ha de unir la fantasía con la verosimilitud. 
¿La finalidad? .Se han de explicar bien las cualidades del héroe. Pone a continuación una serie de antonomasias, identificando las cualidades con las personas que más destacaron: Ulises, en la astucia; Eneas, en la piedad; Aquiles, en la valentía…etc. Pues bien, estas cualidades “son las que pueden hacer a un varón ilustre, ahora poniéndolas en uno solo, ahora dividiéndolas en muchos “. Toda esta historia fingida, nos dará una determinada visión del mundo, como dice Lucía Mejías en la op. cit.
García Mejías argumenta que : a) "Los libros de caballerías constituyeron con su éxito sostenido en la primera mitad del siglo XVI uno de los pilares del mercado editorial hispánico...su éxito comercial estaba garantizado. No hay imprenta importante ni ciudad editora que se preciara, que no tuviera su edición caballeresca; b) La primera parte del Quijote gozó de un éxito editorial considerable en el año 1605: tuvo dos ediciones en Madrid y una en Valencia financiadas por el librero Francisco Robles; c) Tanto Cervantes como Francisco Robles tenían un claro concepto de lo que debe ser un libro de caballerías, marcando distancias con los libros de caballerías de entretenimiento que son los que triunfaban en aquel momento. En este ambiente y en estas circunstancias cobra sentido la publicación de la primera parte del Quijote."
Este capítulo es especialmente significativo porque la teoría literaria de Cervantes, queda acrisolada con ejemplos positivos y negativos sobre la manera de escribir un libro.














jueves, 9 de junio de 2011

CAPÍTULO XLVI. DON QUIJOTE ENJAULADO



Los cuadrilleros persistían en llevarse preso a don Quijote, pero el cura se opuso argumentando que don Quijote estaba loco. Esto lo eximía de sus actos, por lo tanto lo deberían dejar en libertad.

También arregló el cura el problema de la bacía, para ello le entregó al barbero, a escondidas de don Quijote, ocho reales, considerando saldada la deuda. Consiguió también que Sancho le  cambiase la albarda, pero no las cinchas y la jáquimas (correas que se colocan en la cabeza del caballo)

Los criados aceptaron que don Luis, acompañado de uno de ellos, se marchara con don Fernando. Esto le produjo mucha satisfacción a doña Clara.  El ventero, a la vista de que el barbero cobró la bacía, también exigió que se le pagase por los destrozos que don Quijote causó en los cueros de vino. Los abonó don Fernando, también se ofreció a pagarlos el oidor. Zoraida entendió que había llegado el sosiego y todos quedaron tan tranquilos que aquello había dejado de ser el campo de Agramante.

Viéndose don Quijote libre quiso continuar con el compromiso que tenía con  Micomicona  y le rogó que partieran ya, pues tenía ganas de verse con su contrario, ya que “la diligencia es madre de la buena ventura, y en muchas y graves cosas ha mostrado la experiencia que la solicitud del negociante trae a buen fin el pleito dudoso; pero en ningunas cosas se muestra más esta verdad que en las de la guerra, adonde la celeridad y presteza previene los discursos del enemigo.” Dorotea contestó que quedaba a su disposición.

Don Quijote, al argumento de que “en la tardanza está el peligro” le dijo a Sancho que ensillara a Rocinante para salir de inmediato. Sancho, con voz y gesto socarrón, le contestó que por lo que había visto aquella señora que dice ser reina de Micomicona, no lo era más que su madre, pues “andaba hocicándose (besuqueándose) con alguno de los presentes”. Oído esto, don Quijote, tartamudeando,  montó en cólera contra Sancho. Intervinieron Dorotea y don Fernando para decirle que lo perdonara, pues algún encantador le habría hecho ver a Sancho lo que decía.  Don Quijote lo perdonó; Sancho contestó que aceptaba lo del encantamiento, pero el manteo que recibió no era cosa de encantadores, sino de gente de la venta.

Pasaron dos días y al cura le pareció lógico que deberían volver con don Quijote a su aldea para curarle la locura. Decidió que lo llevarían enjaulado, diciéndole que iba encantado. Aprovecharon que pasaba por allí un carro de bueyes, para pedirle al carretero que le preparase en la carreta una jaula con palos enrejados. Una noche, cuando don Quijote dormía, se cubrieron los rostros y se disfrazaron. Entraron en la habitación de don Quijote y le ataron de pies y manos. Cuando se despertó, creyó estar nuevamente encantado, y las extrañas figuras eran fantasmas del castillo. Cuando a hombros lo sacaban del aposento, se oyó una voz que infundía pavor. Era la del barbero, que en lenguaje refinado y extravagante, le anunciaba que aquella aventura terminaría cuando el "furibundo león manchado con la blanca paloma tobosiana yoguieren en uno" (don Quijote el furibundo león de la Mancha) y Dulcinea (la blanca paloma del Toboso se unieran en matrimonio), fruto de lo cual nacerían unos bravos cachorros que imitarían al padre. Posteriormente, dirigiéndose a Sancho le dijo que no dejaría de percibir el salario que don Quijote le había prometido.

Oído lo anterior, don Quijote, una vez que comprendió lo que la voz había manifestado, dijo sentirse dichoso por la buena profecía que le había hecho. Respecto a Sancho, le pidió la voz que no dejara a don Quijote pues en el supuesto de no poder darle la ínsula prometida, éste había manifestado en su testamento lo que se le debería de entregar, cosa que ratificó, don Quijote; Sancho, con mucho respeto le besó las manos. Posteriormente cogieron la jaula en hombros para acomodarla en el carro de los bueyes.

Comentario

Poderoso caballero es don dinero. Qué verdad encierra el refrán. El cura tiró de él y pronto se suprimió la discordia del campo de Agramante. Por ocho reales, el barbero se dio por satisfecho para dejar de reclamar su bacía. Sancho le cambió la albarda y todos tan contentos. Si a eso sumamos que el ventero cobró por los destrozos de don Quijote,  ¡aquí paz y después gloria!. Razón tiene en este caso Unamuno cuando al comentar este capítulo, nos dice que el dinero puede con todo, también con la fe. No es la fe del carbonero, sino la del barbero, como dice don Miguel. 
 De la misma opinión anterior es también el catedrático de Literatura Española de la Universidad de Lieja Jacques Joset, cuando comenta este capítulo:  "la conformidad con las normas sociales es, al fin y al cabo, lo que permite que todos queden en paz y en sosiego". 
El besuqueo entre Dorotea y don Fernando, denunciado por Sancho, funciona  según el profesor Joset,  como intermedio cómico.    

Don Quijote no se podía librar de su locura. Sigue pensando como un caballero andante, pero en el que alternan, como sostenía Huarte de San Juan, rasgos inteligentes.  Le dice a Micomicona que hay que salir pronto, partiendo de una premisa cierta: “La diligencia es madre de la buena ventura…”. Más adelante sus palabras lo vienen a situar en el estatus del orate al identificar la venta de Juan Palomeque el Zurdo, con un castillo. A Dorotea no le interesa buscar la verdad, porque esto irritaría a don Quijote, así que le sigue la corriente y decide cumplir lo que don Quijote le diga. A la razón de que “en la tardanza está el peligro”  le apremia a Sancho para que ensille a Rocinante.

El catedrático de Legua Española y Crítica Literaria de la Universidad de Madrid, Fernando Lázaro Carreter, explicó en un luminoso artículo: La prosa de El Quijote, que el mayor mérito del libro está en recoger la realidad del habla de su tiempo y ponerla en boca de sus personajes, independizarlos por completo de su creador. “Cuando se asegura que éste funda la novela moderna, esto es lo que esencialmente quiere afirmarse: que Cervantes ha enseñado a acomodar el lenguaje a la realidad del mundo cotidiano”. El lenguaje de don Quijote, es el de su mundo: el de los libros de caballerías.

La heterofonía del mundo cotidiano la encontramos en este capítulo en el habla de Sancho. Este, proviene de una clase humilde, baja, tanto económica como cultural. Su habla, de acuerdo con la premisa anterior, tiene que ser rústica. Cuando don Quijote le dice que ensille a Rocinante para seguir en la aventura de la princesa Mitomicona, Sancho, que es consciente de que la locura de don Quijote no disminuye contesta con voz socarrona: “!Ay, señor, señor, y cómo hay más mal en el aldegüela (aldea pequeña) que se suena ( cómo la cosa es más difícil de lo que parece), con perdón sea dicho de las tocadas honradas!. El catedrático le Literatura Medieval de la Universidad de Barcelona y maestro Martín de Riquer, advierte que la expresión “tocadas honradas” se solía usar para pedir perdón cuando se tenía que decir algo desagradable o picante en presencia de damas. Sancho, siguiendo con su lenguaje coloquial,  hace un pícaro y grosero juego de palabras porque ha visto ciertas actitudes amorosas de don Fernando para con Dorotea.”: “esa señora que se dice ser reina del gran reino Micomicón no lo es más que mi madre, porque a ser lo que ella dice no se anduviera hocicando con algunos de los que están en la rueda” (con algunos de los presentes)

Después de la ira de don Quijote, el habla vuelve a la normalidad y expresa la lucidez e inteligencia de Dorotea para convencer a don Quijote, pidiéndole que disculpe a Sancho por haber sufrido el encantamiento que ocurre en el castillo “podría ser que hubiese visto por esta diabólica vía lo que él dice que vio tan en ofensa de mi honestidad”.
El regreso de don Quijote a su aldea es para el profesor Joset, "una farsa en el sentido teatral de la palabra; todos se disfrazan excepto Sancho para darle a entender a don Quijote que está encantado.  Este entremés culmina cuando el barbero, amigo del cura, le dice a don Quijote que no se sienta humillado por ir como va y le  profetiza su casamiento  con Dulcinea, así como su paternidad. Don Quijote recibe gustoso el anuncio de su boda, con lo cual don Quijote quebranta el código del amor cortés que hasta ahora había acatado"
En estos breves registros lingüísticos hemos visto cómo la palabra queda ahormada, una vez más, a la procedencia social y cultural de los interlocutores, lo cual demuestra el manejo dialógico de los registros de la lengua por  Cervantes